miércoles, 26 de enero de 2011

Dime para qué quieres ser maestro y te diré quién necesitas ser

Luis Jaime Cisneros. Fotografía © Gustavo Kanashiro/ www.flickr.com

En «La memoria de los muertos», una película de Omar Naim estrenada en el 2005, Robin Williams hace el papel de un editor futurista de la vida de las personas, vidas minuciosamente grabadas y almacenadas gracias a un chip implantado en sus cerebros al nacer. Cuando alguien fallecía, la familia encargaba a un editor autorizado –tal era el caso del personaje de Williams- elaborar una película que resumiera lo mejor de su trayectoria, es decir, una versión limpia de pecados. En general, cuando alguien muere la gente se siente en la obligación de emitir un juicio favorable sobre su vida, no importa cuáles hayan sido sus méritos o cuánto aprecio le haya realmente demostrado. ¿Es verdad, como dice el adagio, que no hay muerto malo? 

Más allá de cualquier controversia sobre la sinceridad o la hipocresía de los elogios que suelen suscitar las personas que parten de este mundo, una excepción notable ha sido el caso del lingüista Luis Jaime Cisneros. Su reciente deceso ha motivado una multitud bastante plural de reconocimientos que, en general, se sienten escritos desde el corazón. Luis Jaime también fue mi profesor en la Universidad Católica, como lo fue de miles de estudiantes a lo largo de su extensa trayectoria académica. No obstante, después de leer varios de los homenajes hasta ahora publicados, llama la atención la virtual unanimidad en la valoración preferente a su sobresaliente desempeño como maestro. 

«Creo que entre todas las cosas que fue Luis Jaime Cisneros, crítico, periodista, filólogo, lo más importante fue para él la de maestro» ha escrito Mario Vargas Llosa. «Prestaba libros y hacía a veces en su casa tertulias que para mí están muy vivas en la memoria» ha dicho el escritor, subrayando el valor que le concedió siempre a la conversación, así como su disposición a compartir su saber y las fuentes de su saber de manera tan desaprensiva con sus alumnos. Para que no quepan dudas, Vargas Llosa señala que Luis Jaime «era un guía generoso que ayudaba a los estudiantes», es decir, no se limitaba a hacer clases, sino que asumía la responsabilidad de motivar y orientar la curiosidad de sus discípulos. 

«Me hiciste dudar, me obligaste a reflexionar, pero sobre todo me enseñaste a aprender» ha escrito la periodista Patricia del Río, dejando en claro que Cisneros no era un simple difusor o donador ilustrado de saberes enlatados sino sobre todo un provocador, un verdadero incitador del pensamiento. Del Río testimonia algo más: «Alguna vez me dijiste que el mejor maestro es el que te ayuda a descubrirte, el que te muestra que eres mejor de lo que creías». Cisneros tenía claro que un buen maestro no sólo necesita confiar en sus alumnos sino ayudarles también a confiar en sí mismos, reflejándoles siempre sus mejores facetas. 

¿Por qué Luis Jaime Cisneros eligió desempeñar su papel de maestro de este modo? Creo que la razón salta a la vista: tenía claro a dónde quería llegar con sus enseñanzas. El no buscaba que sus alumnos almacenen conceptos lingüísticos, sino que aprendan a utilizarlos de manera reflexiva y crítica, no quería repetidores sino jóvenes que piensen, con fundamento pero a la vez con autonomía, con libertad creativa. Porque ese era el horizonte de su quehacer es que se desempeñó de manera dialogante y cuestionadora, prefiriendo la pregunta a la afirmación dogmática, pues lo segundo no suscita búsquedas y él quería que sus estudiantes se hagan preguntas siempre y construyan respuestas por sí mismos. 

Una trayectoria docente tan ecuménicamente reconocida como la de Cisneros nos reafirma en que toda discusión sobre las características del desempeño que debieran exhibir los docentes, necesita partir de su punto de llegada: qué rol esperamos que cumplan los niños y jóvenes de hoy en la construcción del futuro que desean para sí mismos y para el complejo, diverso y desigual país que ahora somos, y qué necesitan aprender para poder hacerlo. Cisneros eligió formar seres libres y pensantes. ¿Cuál es nuestra aspiración como país? El tipo de quehacer que debiera distinguir hoy por hoy el ejercicio de la docencia necesita ser estrictamente coherente con ella. 


Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 28 de enero 2011

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Excellente articulo. La labor del maestro es muy arduo y es al igual que el periodismo un trabajo de convicción social. Si se toma la docencia como una carrera para ganar dinero, es , definitivamnete, una muerte anunciada.

creo que a la vocación hay que agregarle el servicio a la sociedad.una busqueda de cambio.

Saludos

Melissa M.

Anita Zavala dijo...

Impactante.

Gran legado el de Jaime, gracias por hacer la semblanza.

Exactamente lo que los formadores de formadores queremos es que los chicos sepan que los apoyamos, que sus ideas tienen valor y que estamos frente a ellos porque nos gusta, porque es nuestra vocación.

Carlos Tirado dijo...

Gracias Lucho por el aporte y reflexión. Me gusta la siguiente idea, "la prueba de la enseñanza".

"El maestro debe de estimular y dirigir las actividades propias del estudiante, no hacer nada que él pueda hacer o aprender por sí mismo. Lo importante no es lo que usted haga como maestro, sino lo que el estudiante haga o cuan bien lo hace como resultado de lo que usted hace" (Howard Hendricks),

Muchas gracias, y por favor, sigue escribiendo.

Luis Guerrero Ortiz dijo...

Si sabes bien lo que quieres, actúa en consecuencia. Esa parece haber sido la sencilla premisa de Luis Jaime a la hora de enseñar. Pero no es así como ven su propio rol muchos educadores, que no siempre tienen muy claro a dónde quieren llegar con sus alumnos y que, además, tienden a actuar en el aula del modo que más les acomode, así no tenga mucha coherencia con lo que el estudiante necesita aprender. Creo, como dices Melissa, que esto aplica a todo en la vida, no sólo a la educación y por eso no se si se trate de un asunto de vocación o de un esfuerzo genuino por actuar con coherencia y autenticidad en cualquier campo que elijas insertarte.

Gracias amigos por escribir!

CECI dijo...

decidir entrar en el mundo de la enseñanza y el aprendizaje, debe saber que el compromiso con la sociedad va mas allá de ser un simple transmisor de contenidos, ante todo el amor por lo que se hace y el convencimiento de hacerlo cada día mejor.