miércoles, 1 de junio de 2011

La teoría de la mano invisible

Fotografía © Martin's/ www.flickr.com

Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno ¿Recuerdan esta frase? Fue el comentario angustiado de Mafalda a sus amigos en reacción a una conversación entre dos adultos escuchada por casualidad, en la que uno le confesaba a su interlocutor, mientras sacaba lustre a su flamante automóvil, que la ilusión por mejorar la vida de la gente eran cosas de muchachos que con la madurez se esfumaban. He escuchado varias veces este argumento en estos días, de personas interesadas en justificar moralmente su decisión de respaldar en las próximas elecciones generales a una organización con antecedentes probados de violación de derechos humanos, corrupción y abuso de poder, sólo porque garantiza la continuidad del modelo económico. Un modelo que ha posibilitado un crecimiento notable de la economía, en beneficio sobre todo de las clases medias y altas de las grandes ciudades del Perú. 

Adam Smith acuñó en 1776 la teoría de la mano invisible del mercado, en su famosa obra «La riqueza de las naciones». Ella aludía a la presencia implícita de las leyes del mercado en la vida social, propiciando de manera natural que tanto los recursos disponibles como el producto de la actividad económica se asignasen con eficiencia y equidad a todas las personas. Así, la mano invisible del mercado se encargaría de compensar las diferencias y regular la organización social sin necesidad del Estado. Lamentablemente, la vida no le dio la razón a Smith. En el mundo real, el mercado siempre tendió a retribuirnos mejor no en función a nuestra mayor necesidad o talento, sino a nuestra capacidad para producir lo que otros estarían dispuestos a pagar muy bien. 

Dos siglos después, me pregunto si no cabría acuñar también la teoría de la mano invisible de la educación. Podría servirnos, por ejemplo, para certificar detrás de la manera como las personas eligen relacionarse entre sí o percibirse a sí mismas y a las demás, no la mayor o menor cantidad de educación recibida sino su calidad. Se supone que la educación debería dotarnos de una de las capacidades humanas más elementales, que se volvió característica del homo sapiens desde que nuestros antepasados primates se volvieron animales sociales y empezaron a vivir en comunidad: la de descubrir al otro, validar su existencia y sus necesidades e incluirlo en nuestras decisiones.

Pero si ni siquiera la educación de excelencia reservada a las elites ha logrado tener éxito en ese propósito básico, produciendo en el mejor de los casos seres ilustrados capaces de obtener un buen empleo y respetables ingresos, pero sin solidaridad ni interés por el destino de los demás, esta teoría estaría destinada a correr la misma suerte de la teoría de Adam Smith: si el mercado no pudo generar equidad por sí mismo, la educación tampoco pudo generar identidad nacional ni inclusión social. 

Destacados politólogos se ha pronunciado recientemente en contra del retorno del fujimorismo al poder, argumentando que «liquidó la democracia en el Perú e impuso un régimen autoritario que cometió crímenes de lesa humanidad como política organizada desde la cúspide del poder, y que hizo de la exclusión, el clientelismo, el abuso y la corrupción sus mecanismos principales de gobierno». Notables historiadores también se pronunciaron con un argumento similar, señalando que «el fujimorismo fue el responsable de la destrucción de la institucionalidad democrática y la formación de la mayor red de corrupción de nuestra historia». Antes lo había hecho ya un grupo de escritores peruanos, enfatizando «el valor de la libertad, el rechazo a la criminalidad y a la violencia de estado, la defensa del orden legal y el respeto a los derechos humanos». Un grupo de psicólogos lo acaba de hacer también, afirmando que las prácticas de esta organización «alimentaron y reforzaron la idea de que en el Perú, el autoritarismo, la corrupción y el asesinato se justifican y pueden quedar impunes». 

Lo curioso es que todos estos argumentos parten de una premisa: el otro importa. Pero ¿Cuánto le quita el sueño a una clase social favorecida por la bonanza económica, educada en el individualismo y con una noción de patria que abarca la comida, la música y la bandera nacional pero no a la gente de los demás grupos sociales, el que sus derechos no se respeten o se roben los recursos públicos que deberían garantizarles salud y buena educación, si a cambio se mantienen sus privilegios? No lo dicen en público, pero sí lo admiten en privado y ahora en las redes sociales: en la vida real, el autoritarismo, la corrupción y hasta el asesinato son el costo social inevitable del crecimiento y el progreso. Lo demás, es decir, la democracia, la honestidad y los derechos, todo lo que tenga que ver con el bienestar del otro, son ingenuidades de juventud. Mafalda sin duda tenía razón y es por eso que al país hay que empezar a cambiarlo ahora. 


Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 03 de junio 2011

4 comentarios:

Martha Cárdenas dijo...

Querido Lucho, felicito tu reflexion en tanto nosotros como peruanos no asumamos una verdadera participacion como ciudadanos, no podremos ejercer nuestra ciudadanía ni enseñar con el ejemplo, nosotros los maestros, que en nuestro discuros diario siempre opinamos en brindar a los niños momentos para potenciar su capacidad de autonomía, su creatividad, el proceso de un cambio en la construccion de una persona, no podemos ser incoherentes en momentos tan históricos para nuestro país.

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo... participar en esta segunda vuelta de la contienda electoral deja una sensación muy desagradable... quienes hacemos educación debemos de asumir parte del mea culpa... la educación no está sirviendo para que las personas ejerzan concientemente la decisión electoral para elegir a sus autoridades... realmente hay grandes dosis de cinismo colectivo para justificar la elección de estos candidatos.

Andres Arias dijo...

Gracias, por tus constantes reflexiones oportunas en cada coyuntura. Pero, hay que advertir que no solo votaremos por Ollanta en oposición al proyecto anti-democrático de los Fujiroris, sino que nos abriga la esperanza de que el gobierno de Ollanta estaría asumiendo el compromiso de igualdad de posibilidades de bienestar a través de procesos de concertación.

Abanqui dijo...

Estimado Luís:
Aun no ha empezado el nuevo gobierno. ¿Será de sorpresas? y en qué sentido?. Nos dará la razón, a los que no hemos tenido más alternativa que votar por Ollanta?
Dentro de las miles de personas que opinamos mas o menos igual, padría también preguntarles: el por qué llegamos a esta situación, al respecto también hay interesantes artículos. Pero además de las respuestas razonables, no sería el momento "histórico" de militar o simpatizar activamente en partidos democráticos, para que, dejemos sin espacio a los mercaderes de la política, para que seamos filtros de candidatos con almas prostituidas.et,etc.? qué nos impediría? el tiempo?, ideas como "la política es cochina"?, miedos?, no me gusta la política?. Creo que si no damos un paso serio en este sentido, siempre habrá, por muchas generaciones más, una lista de autores honorables y opiniones excelentes excelentes,y naturalmente contextos similares al actual,pero eso no es suficiente, debería ser algo así como lo hace el Maestro Nóbel Mario Vargas Llosa.Pero debería ser mucho más...