jueves, 7 de julio de 2011

La irresistible sensualidad del poder

Mónica Bellucci. Fotografía © eatenbythemonster/ www.flickr.com

Malena es el nombre de una hermosa película de Giuseppe Tornatore, el director ganador de un Oscar por la célebre Cinema Paradiso, estrenada el año 2000. Representada por Mónica Bellucci, la historia de este acosado personaje, que lleva una vida solitaria en Castelcuto, un pequeño pueblo de la costa Siciliana,  transcurre en la primavera de 1941. La Italia de Benito Mussolini le ha declarado la guerra a Francia e Inglaterra y en esas circunstancias, todo el pueblo se alinea con el Partido Nacional Fascista del temible Duce. Cuando los alemanes toman Sicilia y los víveres comienzan a escasear, el pueblo empezó más bien a admirar a Hitler. Tiempo después, al terminar la guerra, la isla es pacificada por el ejército estadounidense y el pueblo entero se volvió pro yanqui. 

Esta increíble facilidad para mimetizarse en los colores del ganador, olvidarse de lo que son y renegar de las causas a las que sirvieron hasta ayer –además de la indiscutible belleza de la protagonista- fue uno de los detalles de esta película que llamó mucho mi atención. Curiosamente, es el mismo fenómeno que empiezo a observar ahora en varias dependencias del sector público, a propósito de la llegada de un nuevo gobierno. 

Como sabemos, el mimetismo es la habilidad de algunos seres vivos para asemejarse a otros seres de su entorno e incluso a su propio entorno, engañando los sentidos de los animales que forman parte de él, con la finalidad de protegerse u obtener alguna ventaja. Es el caso, por ejemplo, de los insectos-hoja, una de cuyas especies practica este juego desde hace 47 millones de años. Es lo que hacían también los habitantes de Castelcuto para salvaguardar sus intereses y es lo que hacen ahora controvertidos personajes que a lo largo de estos años se han alineado alborozados con la arrogancia del Presidente, justificando cada despropósito, defendiendo cada arbitrariedad, burlándose de las demandas de concertación, despreciando toda opinión diferente, disimulando la verdad, aborreciendo a los que ejercían su derecho a la crítica y no desaprovechando ocasión para escarmentarlos de una manera u otra. 

Eso es lo que empiezan a hacer también oscuros protagonistas de otras épocas, inimaginables en posturas próximas a las que representa el presidente recientemente electo en el Perú, pero que ahora resucitan entusiastas suscribiendo discursos que antes abominaron y sonriendo amables a quienes siempre consideraron sus enemigos. 

Muchos de estos personajes, que ya empiezan a tomar cierta distancia de su pasado, reivindicándose a sí mismos y presentándose como las cartas de la gran transformación prometida por el partido ganador, aprendieron a necesitar del poder para tener un rostro, un nombre y un destino. No encarnan ningún proyecto de cambio, no son portadores de ninguna apuesta colectiva, no representan la indignación ni la esperanza de una sociedad tradicionalmente excluida. Sólo buscan conservar o ganar un lugar de privilegio en el círculo de los que toman decisiones en la corte del rey.

Si bien este fenómeno es típico en todo el sector público durante cada cambio de gobierno, hay ámbitos donde debiera ponerse especial atención en prevenirlo. Uno de ellos es la educación. El gobierno que llega ha tomado claramente la opción de la equidad y para hacerla realidad va a necesitar hacer cambios drásticos en el enfoque centralista de las políticas educativas nacionales, en la arbitraria administración del presupuesto del sector, en el esquema burocrático con que el propio Ministerio se ha organizado a sí mismo y ha diseñado su sistema de gestión, así como en la forma desdeñosa y soberbia de vincularse con las regiones. ¿Es imaginable que quienes han justificado siempre ese statu quo en nombre del realismo, sean ahora quienes hagan los cambios que antes proclamaban inviables? 

Existe en las instituciones del Estado personal técnico honesto y muy competente que una esperada ley de carrera para el servidor público debería reivindicar. Pero el Perú no es Castelcuto y son los liderazgos los que tienen que representar genuinamente la visión del cambio que el país eligió. Se han dicho de las últimas elecciones generales que la esperanza venció al miedo. Evitemos ahora que el oportunismo terminé enterrando la esperanza. 


Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 08 de julio de 2011

1 comentario:

Abanqui dijo...

Estimado Luís:
Sí pues da cólera, pero en este país es una forma de sobrevivir dentro del sector público, unos más modestos que quieren ganarse el pan como debe ser, otros más audaces que se quieren asegurar más ventajas y por último los que sin medida ni clemencia quieren barrer con todo, no importa cómo. Todos ellos han desarrollado capacidades, unos más que otros. pero ¿no ha sido así desde hace mucho?. Los amigos que trabajaban conmigo eran exelentes técnicos pero de la noche a la mañana zasss, los p"podaron" sin más ni más, eran anónimos, no existen para las nuevas autoridades, sí los "nuevos Líderes", los ganadores, siempre hay la ilusión de que el entrante sea mejor, efectivamente lo son algunas veces y en algunas cosas, pero el esquema y la tradición es que tienen que pagar "el apoyo" en campaña por dicho apoyo también es en ese sentido y además hay que aseguraase de estar rodeados de la máxima lealtad.Ese sector de leales son los expertos en camuflaje, en reciclarse y esperar con los brazos abiertos a cualquier otro que detenta el poder. Actuamos como clanes , como familias de la mafia, como fanáticos de un partido político mientras nos conviene, (algunos los son de alma vida y corazón, como los fujimoristas).Seré más concreto. ¿Tenemos la esperanza que haya un milagro para que esto cambie? ¿serán los líderes susodichos los encargados derealizar estos milagros?. No te parece que en el fondo hay un poco de ilusión?, y me parece que esta ilusion muchas veces nos ayuda a seguir empeñados en no cerrar los ojos ni doblar la espalda. Pero la realidad es terca. Parece que canocemos la realidad de nuestra sociedad, creo fervientemente que nuestros preclaros intelectuales de todas las areas en estos momentos(despues serán otro contextos) deben integrarse a actividades, movimientos o agrupaciones que tengan que ver con enderezar la marcha de nuestra sociedad. Creo que es una de las principales formas (no la única)y entonces las ilusiones dejaran de ser tale ... poco a poco, nuestros hijos y nietos nos lo agradecerán. de una
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