domingo, 21 de octubre de 2012

Educar o el arte de multiplicar oportunidades para aprender


García Márquez nos cuenta el drama del suicida desencantado que, a medida que caía desde el décimo piso y descubría a través de las ventanas del edificio la intimidad de sus vecinos, sus pequeñas tragedias, amores e instantes de felicidad, cambiaba por completo su visión del mundo, recapacitando –demasiado tarde- en el valor de la vida. A esa irreversible velocidad transcurren cuando menos doce años de escolaridad, sin que los maestros reparemos a tiempo en el valor formativo de la experiencia institucional al interior de las escuelas ni de la vida social de nuestros estudiantes en su propia localidad. Cuando menos se piensa, los muchachos se van y las oportunidades perdidas para hacer que los vientos de esa influencia puedan soplar a favor, no tienen vuelta atrás. 

Hemos dicho en anteriores artículos que el docente tiene que lograr tres grandes síntesis para ejercer la profesión: la primera, es la que articula las respuestas a las preguntas qué se necesita aprender, quién necesita aprenderlo y cómo puede lograrlo de la manera más eficaz. La segunda, es la que articula respuestas a otras tres preguntas: cómo conduzco la clase, cómo aseguro orden y atención; y cómo verifico que se está aprendiendo. 

Pero es justamente la tercera la que relaciona el proceso de aprender al interior del aula con la vida escolar en su conjunto y con la vida de la comunidad, en sus diferentes fases y dimensiones, logrando que ambas experiencias jueguen a favor de los aprendizajes que se buscan y del tipo de experiencias que hace falta producir. 

En general, es habitual que los docentes no interactúen mayormente con la gestión de la escuela o que lo hagan sobre todo en relación a temas administrativos o a demandas logísticas. También es común el rechazo a toda clase de inspección o injerencia en su labor de aula. Asimismo, suelen mantener alejadas a las familias del campo de la enseñanza, pero asignan a los padres un rol de supervisión académica de sus hijos en casa, así como de aporte al sostenimiento material de las actividades escolares. Respecto de la comunidad, además, suele primar la desconfianza y la subvaloración, lo que no se contrapone a la disposición de establecer ocasionales relaciones utilitarias con sus diversos actores. 

No obstante, si tenemos en cuenta que tanto el contexto institucional y la calidad de las relaciones humanas, como la forma de resolver problemas y de tomar decisiones al interior de una organización tienen el poder de pautar o modelar el comportamiento de los estudiantes, tendríamos que reconocer aquí una encrucijada: o ignoramos estos factores y dejamos que sigan jugando en contra de la formación que buscamos impartir en las aulas, o influimos en ellos para que aporten a ella de manera explícita. Lo segundo, naturalmente, requiere un docente que sepa utilizar todos los recursos de la organización y del entorno en provecho de los aprendizajes, para lo cual tendría que aprender a interactuar tanto con la gestión de la escuela como con las familias y la comunidad para que su rol aporte a los propósitos educacionales en vez de contradecirlos o interferir con ellos. 

En otras palabras, la profesionalidad es la que lleva al docente a salir de su tradicional aislamiento en el aula y a relacionarse con la gestión de su escuela para que tanto la organización como el funcionamiento cotidiano de la institución en sus distintas facetas contribuyan con los aprendizajes esperados. 

Por ejemplo, si buscamos formar estudiantes en perspectiva ciudadana, conscientes del derecho propio y ajeno, capaces de ponerse de acuerdo respetando las diferencias, el docente tendría que demandar al director y a la gestión de la escuela que la forma de tomar decisiones en la institución, frente a cualquier problema que concierna a los alumnos, sea coherente con este propósito educativo. Decisiones adoptadas de manera unilateral, o guiadas por el prejuicio, donde las partes no sean escuchadas ni se tome en cuenta los motivos de los involucrados, educan en la arbitrariedad y no en la democracia. 

Una docencia profesionalmente ejercida le lleva también a relacionarse con las familias, la comunidad y el entorno local en general desde un patrón distinto al habitual, tradicionalmente basado en el menosprecio y el utilitarismo. Hay a disposición del maestro un conjunto de saberes derivados de la experiencia social, cultural y productiva de las familias y de la comunidad en su conjunto que podrían hacer aportes significativos a los aprendizajes de los estudiantes. 

Sea que se trate de familias profesionales, obreras o campesinas, con o sin educación superior, situadas en ciudades o en conglomerados rurales, rodeadas de chacras o de fábricas, con alta o baja oferta de servicios, hay en todas ellas trayectorias y hechos significativos que pueden ser fuente de numerosos aprendizajes cuando se vuelven objeto de reflexión y análisis a lo largo de la vida escolar. Para convertir la vida familiar y comunitaria de sus alumnos en una oportunidad formativa, el docente necesita poder reconocer, valorar y sobre todo aprovechar lo mejor del saber allí acumulado, aun cuando no esté codificado o conceptualizado ni escrito en ninguna parte, distinguiéndolo siempre de probables sesgos, errores o vacíos. 

Según el Marco de Buen Desempeño Docente, que el Ministerio de Educación formalizará próximamente, los maestros que se ponen en la ruta de la profesionalización también necesitan demostrar disposición para evaluar y enmendar sus pasos permanentemente, así como para hacerse moralmente responsables de cada decisión que adopten en todos sus ámbitos de desempeño. Esta característica en particular debiera convertirse –más allá de cualquier opción pedagógica en estricto- típica e innegociable en el desempeño de cualquier profesional comprometido seriamente con su rol. 

«Si les levantas la voz o les hablas en tono cortante, los pierdes. Así es como les tratan en general sus padres y los centros educativos, alzándoles la voz y en tono cortante. Si ellos contratacan con la ley del silencio, estás acabado en el aula… Mira por dónde pisas, profesor. No te conviertas en problema» dice un Frank McCourt ya veterano en su novela El Profesor, como cosecha de numerosos años de enseñanza. No sólo lo siento muy razonable, sino que me pregunto si existe acaso otra manera de hacer bien las cosas en el ejercicio de la docencia. 

Caminar hacia la profesionalización, entonces, exige un cambio de mirada, un cambio de rol y un compromiso distinto no sólo con tus actos sino sobre todo con las consecuencias de ellos. «El aula es un lugar de gran dramatismo» dice McCourt, aludiendo a la relación con los estudiantes: «Los ves salir del aula: soñadores, apagados, burlones, con admiración, sonrientes, desconcertados. Al cabo de unos años desarrollas unas antenas. Te das cuenta de si les has llegado o si los has hecho apartarse de ti. Es una química. Es psicología. Es instinto animal. Estás con los chicos y, mientras quieras ser profesor, no tienes escapatoria». Esta cualidad de observar tus propios actos y de esforzarte por no perder la coherencia con tus propósitos formativos es sin duda indispensable. 

En honor a la verdad, estas tres grandes síntesis representan bastante más de lo que se necesita considerar y saber hacer cuando se sigue concibiendo la docencia, en su máxima y pretérita simplificación, como la aplicación ritual de guiones predefinidos, sin mayor aprensión por las particularidades de las personas, grupos ni contextos a los que se dirige y, sobre todo, sin mayor compromiso con los resultados de su trabajo. 

No hay dónde escapar. La etapa de la profesionalización de la docencia es la etapa del reconocimiento de la complejidad de una actividad, con sobrado derecho a reivindicar su fundamento científico y moral y, por lo mismo, con exigencias de desempeño bastante más altas que las que se instalaron en la primera edad de los sistemas escolares, hace 300 años. Entrar en ella, además, es la única vía posible para que las jóvenes generaciones accedan al tipo de aprendizajes que hoy necesitan lograr para ejercer el difícil rol que la época, el país y sus propias aspiraciones le demandan. 


Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Lima, 22 de octubre de 2012

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias Luis por éstas reflexiones
Un saludo desde Estocolmo

Roberto dijo...

En efecto, requerimos de docentes profesionales que sepan “utilizar todos los recursos de la organización y el entorno en provecho de los aprendizaje”, que dejen de mirarse el ombligo y desprivaticen el salón del clases.
Algo que me encantó y que es cierto, es que hasta en la familia más humilde hay un potencial de aprendizaje, porque simplemente es vida humana, y la vida humana es fascinante desde todos los aspectos que se la observe. Es un complexus (tejido), de alegrías, dolores, esperanzas y sueños. Al fin y al cabo cuando educamos tratamos de enseñarles a que puedan vivir una vida auténticamente humana, no solo que sea un buen ingeniero o técnico, sino que sea él mismo, y él es mucho más que algunas habilidades soft o hard, como le llaman hoy en día.
Pero ello requiere, como dices, de un docente que sepa reconocer, valorar y aprovechar lo mejor de esas experiencias familiares o comunitarias.
Pero todo ello, mi querido Lucho, requiere de nuevos docentes. Lo que lleva a dos grupos de interrogantes ¿Cómo van nuestras políticas de captación del talento? ¿Están en las facultades de educación los jóvenes más talentosos, esto es: con más sensibilidad social, capacidades de liderazgo, empáticos, entusiastas y con las altas capacidades intelectuales que requiere esta profesión? ¿Hemos lanzado ya programas como Elige Educar? ¿Aunque sea en semillita?
Por otro lado, con los actuales colegas, ¿les ofrecemos las experiencias necesarias para cuestionar sus creencias y paradigmas acerca del aprendizaje? Recordemos que pequeñas acciones pueden generar grandes efectos. Vienen a mi mente la implementación de sistemas poderosos de pasantías, locales, nacionales o internacionales, el profe se cuestiona viendo a otro, escuchando a otro colega, etc, etc.
Sé que pido demasiado, es un logro el Marco de BD, pero cuando estoy por los pueblitos y escuelas rurales, y veo sus derechos conculcados o cuando estoy en una escuela de Lima de alto nivel, y converso con los de quinto de media, también descontentos con varios aspectos de la educación recibida, con sesgo academicista, que recorta espacios de despliegue, y sobretodo les cortan el derecho a saber y conocer a sus hermanos de otros lugares del país, porque los tienen en burbujas, veo tanta nobleza en sus ojos, desperdiciada en el fomento de un individualismo vacío, ¿quién lucha por el derecho de estos chicos?, es en esos momentos que me doy cuenta que como Estado debiéramos de ser más agresivos y astutos en esas pequeñas acciones que generan grandes transformaciones.

Anónimo dijo...

Lucho me parece muy interesante la analogía entre el suicida y la suerte que corren nuestros estudiantes, la diferencia es que el suicida decidió hacerlo, pero los estudiantes lo que esperan es vivir y vivir bien.
En todo caso, el el ejemplo podríamos hablar del homicida, pero también sería injusto tildar a los maestros de toda la responsabilidad cuando sabemos que por ejemplo en el MINEDU autoridades enquistadas y que han recibido el respaldo de la actual gestión vienen desarrollando una serie de actos de corrupción y falta total de ética pública. Creo que es tiempo de detectarlos y sanear la nueva gestión de este lastre

alanalvarez dijo...

excelente su punto de vista
Alan

christians Luna dijo...

Tu artículo me permite observarme y recordar una escena, donde un alumno ante la indicación del último proyecto, se ensimisma y dice a la clase yo no entiendo y cierra sus brazos y su tono de voz cambia, luego termina aludiendo que lo que estaba enseñando no le serviría para su carrera. De inmediato lo invite a salir fuera de la clase y pedirle que se relajara y respirará, le comente que las cosas nuevas son siempre así, o las aprendemos muy rápido o tan solo nos cuesta un poco más, y que para esto necesitamos perseverancia y paciencia. Y que el cómo futuro profesional, va a ser una persona que hará que otros cambien su manera de pensar, pero si él tiene miedo a los cambios, como le puede pedir a otros que cambien? (alumno de instituto de comunicación audiovisual) Las herramientas pedagógicas con las que debe contar un docente en la actualidad lo deben de proveer para entender distintas realidades socioeconómicas, familiares y sociales porque este entendiendo podría ayudarlo en la mejora del aprendizaje. Ante estas situaciones de conflicto él debe demostrar entereza, empatía y deseo de transformación del aula y el alumno. De vez en cuando me pasa a mí que hay días que obtengo una victoria en clase, es decir el tema ha sido claro, la dinámica funciono y los estudiantes se van contento porque encuentran sentido a lo que aprenden, otros días el ánimo es opaco, ellos poco receptivos y ante las soluciones que brindo, parece no afectarles, ese día literalmente pierdo, pero eso me entusiasma para buscar una solución y la siguiente clase sorprenderlos. Un salón de clase es el lugar donde las posibilidades existen donde las cosas toman sentido, y donde el aprender es el reconocimiento de transformación de lo que yo quiero ser. (esbozo a McCourt en el tema de las emociones).
Muy de acuerdo en la “síntesis educativa” por otro lado cuando insistes que el docente debe salirse fuera del aula y pasar a entender o contribuir con la organización donde trabaja, esto puede ser planteado en fases. En mi institución la sala de docentes es el lugar de intercambio y de preguntas hace poco les comentaba la desinformación o la dejadez de los estudiantes de primer ciclo sobre su carrera, que se debería reforzar la elección de su carrera con 3 instancias, 3 charlas institucionales a lo largo del ciclo para que sea capaza de entender la magnitud de su carrera/elección. Después de este balance con los compañeros docentes, hemos creído prudente preparar un documento y presentárselo como sugerencias a nuestro director. Esta acción parte cuando el salón de clases no es el único canal para trasmitir la importancia y trascendencia del aprendizaje sino por el contrario se invita a una sinergia entre todo el proceso organizacional y educativo. Y cuando el docente no cree que es único motor de cambio, sino cuando pertenece a un colectivo que transforma un proceso educativo. El buen desempeño que hablas debe de partir cuando en una institución la articulación de los distintos departamentos es idóneo, psicología, tutoría, directivos. Los docentes ingresamos a un aula teniendo como principio un nivel de entendimiento normal, es decir no sabemos sobre sus familias disfuncionales, o intentos de daño personal, o el incremento de cursos por descuidos personales u otros. De alguna manera estar acompañados de esta información puede permitir un cambio, ya que cada alumno es una oportunidad, y como tal debe ser atendida con sus propias implicancias, y dejar entre dicho que todos son un consolidado de estadísticas y económicas.
Finalizo diciendo que el enfoque profesional que necesitamos los docentes es atender un proceso pedagógico pauteado que ejerza una ruta metodológica que permita atender las necesidades del hombre del mañana y él como ser humano posee múltiples disconformidades, y que estas deben ser canalizadas y organizadas en una estructura oportuna y como le digo a mis alumnos teniendo mucha paciencia que se traduce en vocación de servicio.

Mercedes dijo...

El nuevo rol del profesor conlleva a pasar de un enfoque centrado en el profesor a uno centrado en el aprendiz, en los distintos ámbitos que implica, es decir, en su vida estudiantil en conjunto y su vida en la comunidad.

Fui estudiante de la Universidad de Texas en El Paso y como parte de la beca dicté cursos de español a estudiantes que tenían conocimientos previos del idioma -aprendidos en sus hogares- y tenían que perfeccionarlo. Cada caso era marcadamente distinto, algunos tenían acento norteamericano, otros acento mexicano, algunos sabían escribir correctamente, otros no, etc. A lo que voy es que para acercarme a mis estudiantes era muy importante tener en cuenta las características de su vida y así poder diagnosticar en qué necesitaba enfocarse cada uno. Evidentemente el programa estaba diseñado para la comunidad de “hablantes nativos”.

De otro lado, por tratarse de nivel universitario, la relación era sobre todo con ellos más que con sus familias, sin embargo sí se compartían y se conocían las costumbres de la comunidad.

Opino que esta estrategia es la que debería repetirse, hay que adaptar el currículo de acuerdo al entorno para que pueda ser aprendido, después hay ocuparse de cada caso de manera individual para poder resolver las dificultades que encontramos en el aprendizaje de nuestros alumnos que llevan a que se obtengan bajos puntajes en las pruebas internacionales y hacen pensar que no estamos a la altura de los estándares internacionales. Hay algo en lo que tenemos que reflexionar: si pretendemos que el país se incorpore a la sociedad global hay que demostrar competencia en el mundo del conocimiento.

Este nuevo papel que desempeñaría el docente, requiere un mayor compromiso porque se necesita, además de estar muy preparado, estar realmente integrado a la comunidad para poder aprovechar estos “saberes previos” para enseñar lo que se requiera.

Finalmente hay algo que me gustaría agregar, sería importante rescatar y utilizar la experiencia de vida del docente para que sea usada como motivación para abordar los temas de currículo. Me parece que debe darse más importancia a la vida y a la comunidad de la que provienen tanto los estudiantes como los docentes y aprovechar esos saberes previos para objetimizar la educación.