martes, 12 de abril de 2011

Lecciones aprendidas sobre ética y ciudadanía en el Perú

Fotografía © josecd/ www.flickr.com

André Comte-Sponville, un destacado filósofo francés, cuenta en una entrevista concedida a Edmond Blattchen hace unos años, lo que un psicoterapeuta le confesó alguna vez: que la esperanza es la principal causa de suicidio en el mundo, pues la gente se angustia y sufre sobre todo por decepción. Quizás ese sea el sentimiento en el que ha quedado atrapado un sector del país el pasado domingo, al comprobar que los dos candidatos que disputarán la presidencia del Perú han sido los que encarnan sus peores temores y su mayores rechazos. Quizás ese sea el sentimiento que los está empujando a abstenerse o a viciar su voto. ¿Es esa la mejor opción?

Nietzsche, hace más de 100 años, nos hablaba de la muerte de Dios, es decir, de una entidad situada por encima de lo humano, con poder para conceder generosamente a todos los hombres la satisfacción de sus anhelos más profundos. Si el gran pozo de los deseos no funcionase más, no habría nada ni nadie que reemplace a los seres humanos en la responsabilidad de construir por sí mismos el futuro que consideran deseable. Lo que Nietzsche no sabía es que los peruanos estamos tan habituados a esperar, que si no existiese un mesías, nos inventaríamos uno. La necesidad que tenemos de colgarnos cada tanto de alguien que nos haga la tarea de sacar adelante al país –sea lo que fuese lo que eso signifique para cada quien- ya es casi biológica. 

Peor aún, vivimos en un país donde los mesías se inventan solos y aparecen cada cinco años buscando feligresía para sus religiones salvadoras. Lo que venden, por supuesto, es esperanza y la ofrecen en pomo grande. No les preocupa defraudarla, pues trabajan para mantener viva la pasiva ilusión de las personas con algunas dádivas, induciéndolas todo el tiempo a negar la realidad. Un buen ejemplo de esto son las publicitadas cifras de reducción de la pobreza. Jorge Bruce, en un reciente y estupendo artículo, dice que la tal reducción ha significado para muchos peruanos «pasar de ganar una cantidad irrisoria a una indecente», aunque se ha buscado sepultar este hecho «bajo una andanada de gráficos exultantes y declaraciones arrogantes», haciéndonos prisioneros de un optimismo impostado y convenido o, para usar las palabras de Bruce, de esa «embriaguez maniaca encarnada por nuestro Presidente». 

Son numerosas las personas que se sienten ahora víctimas de un destino inesperado, que los coloca entre dos alternativas en las que no creen. Frente al dilema moral, están tentados de abstenerse y quieren viciar su voto, abjurando de ambos dioses. No los quieren en su altar. Ahora bien ¿Cuál es la consecuencia de esta decisión? ¿Sentarse a aguardar que aparezca otro salvador en quien depositar, una vez más, las contrariadas esperanzas? La idea de «la muerte de Dios» o de los dioses es en realidad una invitación a cerrar el ciclo de la esperanza pasiva e ingenua, que deposita en un ser superior –digamos, un candidato- la construcción del propio destino. Es una invocación, al mismo tiempo, para abrirle paso al ciclo de la responsabilidad y la autonomía. Porque lo que viviremos los próximos cinco años no será lo que elijamos en un ánfora, sino lo que elijamos construir, corregir o impedir que se destruya. El país es nuestro. 

¿Lo duda acaso? Hace 10 años fuimos protagonistas del derrumbe de un gobierno autoritario, cuyo presidente disolvió el congreso, cambió la constitución, capturó el poder judicial, pervirtió a las fuerzas armadas, sobornó a los medios de comunicación, so pretexto del combate al terrorismo asesinó población civil indefensa y pretendió gobernar por tres periodos consecutivos, reeligiéndose indefinidamente. Por si fuera poco, nos colocó, para vergüenza nacional, en el ranking de los países más corruptos del planeta. Si esa sigue siendo la religión de un 23% de ciudadanos, está en nuestras manos demostrar que el 77% del país ya no cree en ella. 

Ollanta Humala me suscita dudas y no voté por él en primera vuelta, aunque tampoco es el monstruo sangriento que cierta prensa nos vende y sí comparto con sus electores la desconfianza en un sistema que produce pobres para generar una riqueza que beneficia a pocos. De Fujimori, en cambio, tengo certezas absolutas que la historia confirma. No quiero devolverle el país que amo a quien lo saqueó y dañó moralmente con abominable saña y cinismo. 


Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 15 de abril de 2011

9 comentarios:

Gamma dijo...

Mala pata para Sur America, en una radio Colombiana escuchaba (LAUD 90.4)"Peru entre el cancer y el SIDA. Lo unico que queda es que el pueblo salga a las calles en su totalidad a pedir lideres diferentes.

carmen zubiaga dijo...

Gracias Profesor Luis: Usted siempre ayudándonos a esclarecer el pensamiento, induciéndonos a una reflexión profunda y a inculcarnos que somos hacedores de nuestros destinos. Gracias por sus artículos

Anónimo dijo...

Demasiado reflexivo... igualmente gracias Luis.

yina dijo...

Nosotros como electores podemos presionar para que el debate gire en torno a los propuestas de gobierno de ambos candidatos, a las mejoras que se puedan hacer a esos planes y a los compromisos que están dispuestos a firmar. Es un momento para que nosotros participemos activamente orientando el debate y no solo comentando el insulto que se lanzó de un lado al otro. La verdad quiero que Humala mejore su plan y me convenza, porque a los Fujimoristas, como dice Lucho, no les devolveré el país... recordemos el informe de la CVR.

Eliana dijo...

Tiene mucha razón...desgraciadamente Humala tiene sus principios desde la cuna...y eso tampoco cambiará mucho, al igual que la gente que lo acompaña...por mi parte no concuerdo ni con uno ni con el otro...mi desilusión y desconcierto es total...pero que se le puede pedir a un pueblo cuya educación siempre estuvo en la última fila de prioridades...seguiré reflexionando...

gabo_edu dijo...

Para ser sincero, no creo que ninguna de las dos posibilidades nos permita seguir creciendo en ningún sentido. Es doloroso no tener un líder, porque sea un dios o no, proporciona un modelo. Yo también creo en la ciudadanía autónoma cómo no, seré un futuro maestro. Lo que siento es que un presidente tiene la potestad de crear un ambiente propicio crear esas cualidades en las personas. Yo seguiré luchando para que mis alumnos tengan ese espíritu que les permita seguir su camino, que manejen su propio destino, solo hubiera querido que esta sociedad lo comprenda y lo acoja para que este devuelva ese amor por el país que siento se pierde cada día más por el odio y los tropiezos históricos.

Anónimo dijo...

No tendríamos cara para protestar contra la corrupción si es que elegimos a Fujimori como opción. Una cosa que debemos saber es que las propuestas de gobierno pueden cambiar, pueden regularse, pero los valores señores, esos que la gente que ha gobernado con Fujimori ha DEMOSTRADO no se cambian, no se modifican. Nuestros valores son como nuestra piel, aunque intentemos blanquearnos se ponen al descubierto tarde o temprano. Kohlberg sostiene en su teoría del desarrollo moral que los verdaderos valores no son los que pregonamos sino aquellos que demostramos en situaciones cotidianas, LO QUE HACEMOS.
De Ollanta solo tenemos sospechas, prensa amarilla, seguro que tienen defectos, como todos, pero hay que tener límites. No se puede transar con Fujimori.

saúl dijo...

Dios sabe el futuro de lo que pasará en el Perú, eso significa que respetará nuestra insensatez o nuestra sabiduría, es decir lo que sembramos siempre cosechamos.

Luis Guerrero Ortiz dijo...

Steven Levitsky, profesor principal del Departamento de Gobierno de la Universidad de Harvard, en una reciente entrevista concedida a El Comercio, dice que la democracia peruana es frágil porque le faltan dos ingredientes que sí existen en países como Argentina, Chile, Uruguay o Costa Rica: instituciones más sólidas y una ciudadanía más activa. En el Perú tenemos una tradición democrática muy frágil, por eso la gente se siente tentada de delegar poder a una persona y esperar sentada a que le resuelvan todos los problemas. No tenemos hábito de participar y sí una conciencia de derechos muy frágil. Dice Levitsky que Ollanta le suscita varias dudas, pero que no se puede confiar en una fuerza política como el fujimorismo cuya dirigencia respaldó una serie de abusos y no ha sido capaz de hacer siquiera una autocrítica. Acaba de aparecer el Informe Global de Corrupción de Transparencia Internacional, que publica una lista de los diez expresidentes más corruptos del mundo y Alberto Fujimori aparece en el número siete, con 600 millones de dólares mal habidos. Es verdad, nos faltan liderazgos democráticos, éticos, concertadores, pero es cierto también que tenemos que ayudar a construirlos. Como dice el propio Levitsky, Ollanta es una incógnita, Fujimori una certeza. Que el primero se convierta en una oportunidad y la segunda permanezca lo más lejos posible del poder, depende en buena medida de lo que seamos capaces de hacer los ciudadanos. Muchas gracias por sus comentarios!