jueves, 4 de noviembre de 2010

Romper el pacto infame

Fotografía © Libertinus/ www.flickr.com

Julio Ramón Ribeyro narra en uno de sus cuentos el caso de una adolescente muy pobre, embarazada por un albañil que abusó de ella. Enterado del hecho, el indignado padre decidió denunciarlo a la policía. Pero he aquí que el abusador se presenta en su casa con el abogado de su empresa contratista, dejando sobre la mesa un fajo de billetes que este hombre humilde jamás imaginó poder tocar alguna vez. El dilema moral le duró unos segundos, al cabo de los cuales tomó el dinero y sonrió agradecido. Fin del conflicto. Me enteré por los diarios que la familia del niño masacrado por el dueño del auto que rayó con un clavo, noticia de primera plana hace unos días, recibió la visita de su agresor para ofrecerles dinero. Sólo que en este caso, el padre de la víctima no vendió su silencio. 

Dicen algunos que todo tiene su precio ¿Cuánto costará entonces el silencio de la víctima de un hecho injusto? ¿Cuánto vale el silencio, complaciente o temeroso, de los testigos de ese acontecimiento? Naturalmente, el canje no siempre es con dinero, sino con la simple posibilidad de no convertirse en la próxima víctima. Es una lástima, pero que lo injusto es inaceptable y debe ser rechazado a cualquier precio, no es algo que se aprende en las escuelas. Por el contrario, es allí donde se instala como un hábito nefasto la tolerancia ante el abuso y la convicción, tan contraria a la democracia que se enseña en las aulas con toda solemnidad, de que el que puede, puede; y que, si se trata de obtener impunemente algún beneficio o compensación a costa del derecho ajeno, es sólo cuestión de esperar turno. 

Todos sabemos que la queja contra la autoridad en un colegio es un arma de doble filo, pues los niños se vuelven fácilmente objeto, directo o indirecto, de venganza. Será por eso que, como ha revelado la prensa hace poco, los padres de familia de un colegio militar, en una importante ciudad de la costa sur del país, callaron por mucho tiempo sobre la conducta maltratadora de un profesor. Hasta que uno de los muchachos decidió romper el pacto de silencio, filmó discretamente con su celular la agresión a uno de sus compañeros e hizo pública la denuncia. Algo similar pasó hace algunos años, cuando una alumna registró con una grabadora escondida los constantes gritos e insultos de su profesora en un colegio privado de Lima.

Estos y muchos otros episodios parecidos nos enseñan dos cosas: que son los propios niños quienes necesitan aprender a poner límites claros y muy firmes al abuso, venga de donde venga; y que es la difusión pública de estos casos lo único que hace retroceder a los maltratadores. Si esto es así, es porque la institucionalidad escolar no suele reaccionar a tiempo ni con energía ante la injusticia, la discriminación o el maltrato, tendiendo más bien a encubrir los hechos cuando sospecha que su revelación puede dañar su imagen, e incluso a convertir en culpables a las víctimas y a los denunciantes, considerándolos merecedores de censura y sanción. 

Desde esta actitud, que los estudiante sí perciben, lo que las escuelas les enseñan es a no a asumir responsabilidades para no perjudicarse, a insensibilizarse ante el dolor ajeno, y a mantener la boca cerrada ante el abuso para que los males no aumenten, porque la mentira puede ser constructiva y la verdad agraviante. Ahora bien, para que el rechazo al abuso se vuelva una constante, los estudiantes necesitan respaldos, como un teléfono de recepción de denuncias y Defensorías del Niño que funcionen en todos los municipios. Pero hace falta también aulas con amplísimos ventanales, para que todo lo que acontece a su interior deje de ser privado y recupere su sentido como ejercicio público de un derecho.  


Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 05 de noviembre de 2010

4 comentarios:

Gonzalo Cobo dijo...

La institucionalidad escolar se ve obligada a enseñar a "aguantar" el maltrato, porque este se extiende por todos los rincones del sistema educativo. Desde el presidente acusando a los docentes de "comechados", hasta las horas interminables de formación bajo el sol inclemente en los patios escolares, pareciera que en todo nivel, el respeto por la dignidad de la persona es una declaración hueca. En muchos casos hasta la infraestructura educativa, con su deterioro y descuido, es una forma de decir a quiene acuden a la escuela: "no eres digno de respeto". Me parece valioso lo que señalas respecto a que una escuela respetuosa es una escuela amplia, iluminada, visible, sin rincones tenebrosos, una escuela comunicada en la cual los estudiantes pueden llamar o escribir en caso se sientan agredidos ¡Hemos de caminar hacia eso, y no solo en las escuelas emblemáticas!

ELIZABETH dijo...

El maltrato no tiene precio por eso nosotros los docentes debemos enseñar a nuestros estudiantes y padres de familia a no dejarse sobornar por un fajo de dinero, ya que esa actitud va en contra de la dignidad humana.
Formemos en nuestros educandos el autentico espiritu de la Libertad para que tengan el valor de denunciar las injusticias vengan de donde vengan y no sean simples espectadores.

Anónimo dijo...

Hechos como éste, y no sólo en el sector educativo, revelan uan vez más que la justicia tiene precio y la tolerancia con el abuso y el abusador son asuntos que falta desterrar aún de nuestras escuelas y nuestra sociedad. Sin embargo, en temas como éste así como en los casos de bullying o acoso entre pares, el silencio es la peor solución porque crea la impunidad. Y, como en el famoso poema de Bertold Brecht, hoy no soy yo, pero mañana me puede tocar a mí.
No es tarea fácil, pero debemos volver a poner en el tapete el asunto de la formación para la ciudadanía y buscar nuevas formas de control y rendición de cuentas...

Fernando Bolaños

Luis Guerrero Ortiz dijo...

Es cierto, el maltrato está institucionalizado y a tal punto que forma parte del paisaje natural de las escuelas. Por eso hay una tolerancia tan alta y porque la experiencia dice que el rechazo al abuso podría traer consecuencias peores. Lo grave es que en este peligroso cóctel de relativismo, impunidad y resignación ante la arbitrariedad se están formando millones de niños y adolescentes ahora mismo. Algo hay que hacer para que, en la experiencia escolar al menos, lo inaceptable se vuelva de verdad inaceptable.