Jacinto se encarama en la silla y arroja un libro. Antes, Marta había estado jalando la ropa a Matías, a quien descubrió escondiéndole sus útiles, un juego cruel que parece divertir a unos más que a otros. Lo que a Marta le hace menos gracia todavía es que a cada rato le rayen el cuaderno. En aquella aula de primer grado, empujones y ofensas son cosa de todos los días y Lucía Bacigalupo, antropóloga de la Universidad Católica del Perú, lo investigó a lo largo de dos meses. Ella piensa que puede explicarse como una necesidad de poner a prueba ciertas habilidades sociales, pero también de organizar jerarquías de poder en el grupo. Ocurre que los niños usan la agresión para ejercer control y dominio sobre otros y, a la vez, para diferenciar con claridad el lugar de agresores y agredidos. Lo que también se hizo evidente en este estudio, que la Sociedad de Investigación Educativa Peruana (SIEP) acaba de premiar, es que su maestro no se da cuenta de nada.
El complejo mundo de las relaciones interpersonales en el salón de clases suele ser invisible para los docentes. No importa la edad de los estudiantes, allí pueden ocurrir alternadamente y en una misma jornada desde los sucesos más nobles hasta los más aterradores, sin que ninguno de ellos, salvo que haya derramamiento de sangre, aparezca ante los ojos del profesor. Sólo lo que distrae al maestro e interrumpe la actividad programada se hace visible y provoca su reacción.
En ese brumoso escenario es que se forjan identidades, temperamentos y habilidades, como también se revelan torpezas y distorsiones en la manera ejercer la camaradería. Allí descubrimos el sentido de la amistad y la enemistad, la fascinación del carisma o el terrible poder de la manipulación. Es el lugar donde se vive igualmente la experiencia de la complejidad, cuando nos topamos con alguien cuya personalidad o cuyo entorno presenta aspectos que nos seducen y agradan, y otros que, a la vez, nos atemorizan, nos confunden o nos causan dolor.
Llama la atención el sometimiento de algunos niños a aquellos líderes con un gran poder de dominación, así como su dificultad para sacudirse de esa influencia. Para someter, sin embargo, no sólo sirve la agresión, la amenaza o la sanción. Puede ser también muy útil la humillación abierta o discreta pero sistemática, dirigida a hacer sentir al otro que no es nadie y que quedará desamparado si no se subordina. A esto se le llama acoso moral y, ciertamente, los niños lo aprenden de los adultos.
Son menos notorios, sin embargo, aquellos que terminan atrapados en relaciones tan agradables como insatisfactorias, aun cuando se trate de amistades tranquilas que no buscan crear dependencia. De pronto se encuentran ante alguien cuya manera de ser les hacen sentir bien, pero que presentan al mismo tiempo actitudes o conductas decepcionantes. El problema es que cuando esta ambivalencia les empieza a resultar intolerable, descubren que no pueden escapar de ella, pues no logran separar el agrado del rechazo. Demás está decir que esta incapacidad para tomar distancia es dolorosa y puede acompañarnos durante largos años.
El profesor de Paco Yunque, en el célebre relato de César Vallejo, era ciego ante los abusos de su compañero Humberto Grieve. Parece que también lo era el maestro de los niños observados por Bacigalupo. Es consecuencia de una formación docente centrada en la instrucción, no en la formación humana, que no ve al aprendizaje como un hecho social y que, por tanto, no prepara al maestro para reconocer y entender los afectos de sus estudiantes durante su niñez y adolescencia. Menos aún para ayudarlos a construir vínculos sanos y asertivos entre ellos.
Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes de 2010
5 comentarios:
Efectivamente hay muchas experiencias que que suceden en el aula y el maestro no las percibe. Poco de este tema se trata en la capacitación de los maestros, se sigue creyendo que sólo los contenidos instruccionales son la razón del trabajo. La escuela pública adolece de estas orientaciones, sus especialistas sólo acometen el "cumpliiento2 d las normas, los docuentos etc. etc.
Cuando la vocación mueve al ser humano a estudiar la carrera docente, la instrucción es paralela o secundaria a la formación, porque lo que impulsa, es el deseo de ayudar a ser, a crecer, a formar personas, con valores y principios que marquen sus vidas para siempre y los alejen del fracaso y del atraso. Entonces los maestros que viven su vocación perciben rápidamente los que sucede con cada uno de sus alumnos y buscan las formas de ayudarlos, pero, qué pasa si se encuentra entre ellos chicos que en su conducta muestran el abandono que sufren de sus padre, por la razones que sean, que cuando se les convoca para trabajar en conjunto algún problema, lejos de tomar conciencia, niegan el problema y consienten a sus hijos, como si con consentirlos les estuvieran dando el tiempo o el amor que no le dan, que pasa si los directivos o promotores, en lugar de apoyar al niño refuerzan al padre de familia por temor a perder los pagos puntuales de estos padres y le dicen al maestro que pase por alto esos “problemas”, que afueera hay 300 que lo pueden hacer...
No siempre es responsabilidad del maestro lo que ocurre con los alumnos, muchas veces estos estan atados de pies y manos...
Estimado Luis Guerrero, a propósito de la clausura del Seminario SEIP, he publicado la fotito que nos tomamos.
muchas gracias:
http://diasparamejorar.blogspot.com/2010/09/ii-seminario-nacional-de-investivacion_04.html
Rubén, creo que necesitamos un enfoque diferente de la formación y la capacitación docente ¿cómo puede un maestro ser formador de sus alumnos si no tiene las herramientas necesarias para ver y entender todo lo que pasa por su cabeza y su corazón, más allá de la gramática o la aritmética? Ahora bien, Azucena, lo que estoy planteando no es cómo deberían ser los padres, sino qué capacidades necesita el docente para poder penetrar en la "dimensión desconocida" del salón de clase, libre de prejuicios y con una cuota básica de habilidad social. Los chicos tienen las familias que tienen y ninguna está libre de problemas ni defectos. El asunto de fondo es qué habilidades requiere el maestro para construir en el aula una convivencia grata y estimulante basada en la confianza, no importa de dónde vengan los niños ni quienes sean sus padres. Créeme, cuando eso se intenta y no ocurre no es porque no se pueda sino porque nuestra capacidad toca un límite. Este asunto está bastante investigado, está probado que incluso alumnos que provienen de familias disfuncionales pueden aprender a convivir y colaborar si tienen la suerte de encontrarse en la escuela con un maestro hábil y convencido de que la llave está en sus manos. Quien lo dude, recomiendo ver la película "Los coristas", basada en una historia real.
Abrazos y gracias por sus comentarios!
Luis
querido Luis por fin alguien que piensa como yo!estoy totalmente de acuerdo con tus conceptos y de una vez dejemos de buscar culpables en otro lado , el docente que no logra un contacto con sus alumnos , no los ama los suficiente .Los niños y jóvenes necesitan adultos que se comprometan con ellos desde el lugar que les toque ,con el corazón y fe en ellos.cariños.MAVI
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