Fotografía © Fabio Trifoni/ www.flickr.com
Juan anhelaba participar en el tradicional baile de máscaras de aquel acaudalado señor. Allí siempre podía disfrutarse hasta el hartazgo del más fino champán, animados bailes y un sinnúmero de manjares. Era la Fiesta de la Risa. El único requisito era llegar con una careta cómica, cuya boca dibujase una enorme sonrisa. Pero aquella noche ya no quedaban máscaras disponibles en todo el pueblo, por lo que el tipo decidió pintar su rostro de color escarlata y ensayar frente al espejo su más espléndida sonrisa. El truco funcionó, pero tuvo que hacer inmensos esfuerzos para que sus músculos faciales no lo traicionaran y relajaran por cansancio sus estirados labios. Algo que al final consiguió, petrificándolos de modo casi irreversible. No obstante, a las 12 de la noche el anfitrión ordenó sacarse las máscaras, anunciando un premio a la mejor. Como es obvio, Juan fue el único que no pudo hacerlo, así que se la quitaron a la fuerza a punta de navaja. El único consuelo a su desfigurado rostro fue saber que su «máscara», ganó el premio.
Este es el argumento de La Careta, un cuento breve escrito por nuestro querido Julio Ramón Ribeyro en 1952. Resulta inevitable recordarlo a propósito de los sucesos relacionados a aquel extraño y controvertido indulto presidencial, que ha sido escándalo de primera plana en estos días. Es un viejo lugar común sostener que el ejercicio del poder también educa (o maleduca) y los peruanos lo sabemos bien, pues tenemos fresca la memoria de las penosas lecciones de educación cívica impartidas por televisión desde el poder, desde la corruptora salita de recibo del Servicio de Inteligencia Nacional para ser más precisos.
En estos días, millones de adolescentes han tenido oportunidad de recibir a través de la prensa lecciones formidables de cinismo y de civismo, comprobando que el poder político constituye en los hechos una formidable «Fiesta de la Risa», donde nadie puede entrar sin careta, aún a riesgo de no poder quitársela nunca más y de perder para siempre su verdadero rostro ¿Es que ese es el precio ineludible de ejercer el derecho ciudadano a participar en el gobierno de su ciudad, su región o su país? No es eso exactamente lo que se lee en los textos escolares oficiales.
Los cínicos eran en la antigua Grecia un grupo que repudiaba las riquezas y toda ambición materialista, cuestionando con irreverencia la suntuosidad y los convencionalismos de su sociedad. En el mundo de hoy, sin embargo, la palabra perdió ese significado y suele usarse para aludir a quien no siente vergüenza de mentir. Es verdad que la mentira es tan antigua como el mundo, pero la mentira moderna «está fabricada en serie y se dirige a la masa» decía Alexandre Koyré, destacado filósofo ruso de la primera mitad del siglo XX. Si no, observemos en las declaraciones de muchas autoridades su obsesión por hacerse propaganda siempre, con desprecio absoluto por la verdad y por la inteligencia de los ciudadanos.
Cuando una autoridad pública miente con descaro una y otra vez, jurando que nunca dijo lo que todos le escuchamos decir por televisión; cuando pone tanta emoción en disimular una verdad evidente, que termina creyéndose sus mentiras; cuando convierte en secreto de Estado información pública para que sus falsedades no sean descubiertas, lo que pone en riesgo es la gobernabilidad. Porque su pérdida de credibilidad no implica el descrédito de una persona, sino de las instituciones que representan. Hubo indignación general por la pésima lección de civismo que dieron cuatro escolares apedreando una importante Huaca precolombina. ¿Qué les diremos ahora? ¿Bienvenidos a la «Fiesta de la risa»?
Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 19 de 2010
Juan anhelaba participar en el tradicional baile de máscaras de aquel acaudalado señor. Allí siempre podía disfrutarse hasta el hartazgo del más fino champán, animados bailes y un sinnúmero de manjares. Era la Fiesta de la Risa. El único requisito era llegar con una careta cómica, cuya boca dibujase una enorme sonrisa. Pero aquella noche ya no quedaban máscaras disponibles en todo el pueblo, por lo que el tipo decidió pintar su rostro de color escarlata y ensayar frente al espejo su más espléndida sonrisa. El truco funcionó, pero tuvo que hacer inmensos esfuerzos para que sus músculos faciales no lo traicionaran y relajaran por cansancio sus estirados labios. Algo que al final consiguió, petrificándolos de modo casi irreversible. No obstante, a las 12 de la noche el anfitrión ordenó sacarse las máscaras, anunciando un premio a la mejor. Como es obvio, Juan fue el único que no pudo hacerlo, así que se la quitaron a la fuerza a punta de navaja. El único consuelo a su desfigurado rostro fue saber que su «máscara», ganó el premio.
Este es el argumento de La Careta, un cuento breve escrito por nuestro querido Julio Ramón Ribeyro en 1952. Resulta inevitable recordarlo a propósito de los sucesos relacionados a aquel extraño y controvertido indulto presidencial, que ha sido escándalo de primera plana en estos días. Es un viejo lugar común sostener que el ejercicio del poder también educa (o maleduca) y los peruanos lo sabemos bien, pues tenemos fresca la memoria de las penosas lecciones de educación cívica impartidas por televisión desde el poder, desde la corruptora salita de recibo del Servicio de Inteligencia Nacional para ser más precisos.
En estos días, millones de adolescentes han tenido oportunidad de recibir a través de la prensa lecciones formidables de cinismo y de civismo, comprobando que el poder político constituye en los hechos una formidable «Fiesta de la Risa», donde nadie puede entrar sin careta, aún a riesgo de no poder quitársela nunca más y de perder para siempre su verdadero rostro ¿Es que ese es el precio ineludible de ejercer el derecho ciudadano a participar en el gobierno de su ciudad, su región o su país? No es eso exactamente lo que se lee en los textos escolares oficiales.
Los cínicos eran en la antigua Grecia un grupo que repudiaba las riquezas y toda ambición materialista, cuestionando con irreverencia la suntuosidad y los convencionalismos de su sociedad. En el mundo de hoy, sin embargo, la palabra perdió ese significado y suele usarse para aludir a quien no siente vergüenza de mentir. Es verdad que la mentira es tan antigua como el mundo, pero la mentira moderna «está fabricada en serie y se dirige a la masa» decía Alexandre Koyré, destacado filósofo ruso de la primera mitad del siglo XX. Si no, observemos en las declaraciones de muchas autoridades su obsesión por hacerse propaganda siempre, con desprecio absoluto por la verdad y por la inteligencia de los ciudadanos.
Cuando una autoridad pública miente con descaro una y otra vez, jurando que nunca dijo lo que todos le escuchamos decir por televisión; cuando pone tanta emoción en disimular una verdad evidente, que termina creyéndose sus mentiras; cuando convierte en secreto de Estado información pública para que sus falsedades no sean descubiertas, lo que pone en riesgo es la gobernabilidad. Porque su pérdida de credibilidad no implica el descrédito de una persona, sino de las instituciones que representan. Hubo indignación general por la pésima lección de civismo que dieron cuatro escolares apedreando una importante Huaca precolombina. ¿Qué les diremos ahora? ¿Bienvenidos a la «Fiesta de la risa»?
Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 19 de 2010
2 comentarios:
la verdad que en nuestro país hay muchos que han entrado al gobierno con una mascara de hipocresía que ni ellos mismos se la pueden sacar y creo que el pueblo se las va a sacar en los proximos comisios electorales aunque algunos se van a querer escapar con mascara y mucha plata producto de sus robos y latrocinios al lado del corrupto ALAN GARCÍA que entro al gobierno algo atlético y va saliendo del gobierno COMO EL SEÑOR BARRIGA.
Lo que sucede en las altas esferas , sucede con la mayoria de los Directores de las I.E.En las formaciones deloa lunes y viernes ,predican la moralida, los valores ,al igual que un buen grupo de docentes, pero en la practica sucede lo contrario, hay tanta sinverguenseria,y corrupción que lo toman con ,mucha naturalida. Que es muy dificil remar en contra la corriente.
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