jueves, 18 de marzo de 2010

La enfermedad del poder

A lo largo de toda la conversación, no le había quitado los ojos de encima. El menor movimiento del niño era escrutado minuciosamente por esta mujer de mirada inquisidora y vigilante, a la espera quizás del primer error. En efecto, cuando el muchacho, harto de tan prolongada inmovilidad, deslizó su mano sobre el pequeño cenicero que estaba sobre la mesita, con inocente curiosidad, una voz estremecedora lo obligó a soltarlo. ¿Siempre está tan pendiente del chico? Preguntó la terapeuta con perplejidad. ¡Es que es mi hijo! respondió la madre ¡Y yo veo por los ojos de él! ...Leer más

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