miércoles, 2 de marzo de 2011

Cuando el cisne va a la escuela

Afiche oficial de la película © 2011 Fox

¿Hasta qué extremo puede llegar una persona que ha interiorizado desde la infancia como un sagrado mandamiento la necesidad de ser siempre la mejor, aún a costa de sí misma? Una respuesta posible a esta pregunta pudimos observarla hace algunos años, cuando el director Scott Hicks –bajo el nombre de Shine- llevó a la pantalla grande la vida de David Helfgott, un pianista australiano cuyo padre lo sometió a durísimas presiones y restricciones desde que descubrió su asombroso talento musical a los seis años. La autoexigencia de Helfgott, producto de la tremenda ansiedad que le provocaban las desmedidas expectativas y ambiciones del padre, derivó en un brote esquizofrénico a sus 24 años de edad. 

Ahora hemos conocido otra historia parecida: El Cisne Negro. Dirigida por Darren Aronofsky, esta cinta muestra el drama de Nina Sayers, magistralmente interpretada por Natalie Portman, una bailarina de ballet obstinada en realizar la mejor performance de su vida interpretando el papel estelar en El Lago de los Cisnes. En este caso también, la ansiedad de Nina, sistemáticamente alimentada por una madre obsesiva y castradora, empeñada en tratarla como niña para no perder el control sobre su vida, termina por convertirla en un ser patológico y autodestructivo. 

Ni David ni Nina tenían permiso para ser ellos mismos. Ambos actuaban desde niños el rol impuesto por sus padres, el rol de la perfección, del mérito constante, del aplauso inacabable, del lucimiento perpetuo, de la envidiada superioridad, aún a costa de negarse. Y se esforzaban por dar todo de sí, más allá de sus fuerzas o sus ganas, para no ser desaprobados, censurados moralmente ni maltratados de abiertos o sutiles modos por personas que decían actuar de esa manera en nombre del amor. Pero había una forma de escapar. David dividió en dos su personalidad para poder inventarse una identidad y un mundo ficticio donde fuera libre. Nina, por su parte, eligió la muerte.

Ambas historias podrían considerarse extremas y, sin embargo, ¿Hasta dónde llega el parecido con un estilo de crianza que se obstina en hacer de los hijos los alumnos modelo, inquilinos inamovibles del cuadro de méritos de su clase? ¿Hasta dónde se dan la mano con la presión a que se somete muchas veces a los niños para que no se equivoquen jamás y sean siempre reconocidos por sus maestros como los mejores? 

Hay una legión de padres orgullosos que me va a decir que eso es lo correcto, pues en la vida lo único que cuenta es el esfuerzo, qué importa si las metas que te imponen a la fuerza no sean las tuyas. Lo mismo pensaba la madre de Nina. Y la razón por la que esta muchacha no podía interpretar el papel del cisne negro en la coreografía, es porque ese rol exigía espontaneidad, desinhibición, naturalidad, conexión con los propios y aún con los más oscuros sentimientos, una actuación libre que sólo requería que fuese ella misma. Es decir, suponía una capacidad que la madre se había esmerado en destruir a lo largo de su infancia y su adolescencia, a cambio de la perfección. Cuando por fin pudo hacerlo y desempeñó el papel solicitado con inusitada autenticidad, en la cúspide de la transgresión, entregó su vida. 

Una profesora de un prestigioso colegio en Lima me contó una vez que una de sus alumnas en secundaria se comportaba mal en las horas de matemática. Al cabo de un rato me confesó que esta muchacha sabía mucha matemática, pero que en ese centro educativo se exigía que todos rindan por encima del currículo. No había perdido la razón ni había intentado suicidarse, pero hay otras formas de huir. Ella había elegido refugiarse en una conducta desafiante y pagaría caro por eso. Elevar rendimientos a cambio de sacrificar su identidad es el negocio más cruel que la educación o la crianza pueden ofrecerle a los niños.  


Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 04 de marzo 2011

3 comentarios:

orlov dijo...

Este panorama cada día se vuelve común. Pragmatismo vs practicidad. Se confunden muchas veces los conceptos.

Las consecuencias suelen ser singulares en cada caso.

Fernando Bolaños dijo...

Hola, Lucho:
Los casos que preentan las películas que comentan son casos extremos, pero la verdad es que la mayoría de nosotros como padres o madres proyectamos nuestras expectativas en nuestros hijo y quisiéramos que fuesen de una u otra manera, muchas veces con buena intención. Supone mucho coraje aceptar que cada uno de nuestros hijos es distinto y que tiene derecho a ser como es, a explorar sus propias necesidades, a ensayar (incluso equivocándose) cómo quiere ser y qué quiere hacer. Muchas veces los padres confundimos guía con imposición. Creo que estos casos extremos pueden ayudarnos a alentarnos de esto peligros.
Fernando

Luis Guerrero Ortiz dijo...

Es cierto lo que dices Fer, se imponen cosas a los hijos con una naturalidad pasmosa y siempre "por su propio bien", como lo diría Alice Miller. Claro que ese "bien" es el que nosotros elegimos para ellos, independientemente de su criterio o sus propias expectativas. Pero presionar para que se cepillen los dientes antes de acostarse o laven el plato donde comieron no es lo mismo que decidir por ellos sus metas de realización ni de trazarles e imponerles una ruta para lograrlas. Esa frontera no se distingue ni se respeta mucho. Ahora bien, creo que las preguntas que tu te haces en tono reflexivo podrían ser suficientes para detectar a tiempo en qué momento se necesita pisar el freno...