jueves, 13 de enero de 2011

Niña mala, niño bueno


No se sabe si Otilia fue criada para asumir de esa manera su rol de mujer o es que lo aprendió por su cuenta, quizás como el único o más efectivo recurso para lograr sus ambiciones. Lo cierto es que consagró su vida a cultivar un solo arte: agradar a los hombres, en particular a aquellos con mejores condiciones para satisfacer sus expectativas de bienestar, comodidad y abundancia. Se trataba de aprender a ser encantadora y deseable, pero también de saber elegir con quién, cómo y cuándo. Sólo eso. Otilia lo ensayó desde su adolescencia, con cada vez mayor destreza conforme se fue haciendo mayor. Es así como fue dejando a muchos hombres en el camino, hombres a los que nunca amó, pero de los que usufructuó hasta cansarse, para lanzarse a la búsqueda de relaciones aún más ventajosas. Tal es el controvertido personaje principal que nos presenta Mario Vargas Llosa en las Travesuras de la niña mala, novela publicada en el 2006. 

La manera de vincularse con el sexo opuesto elegida por esta muchacha, egoísta y ventajista, contrastaba con la de Ricardo, el niño bueno, su eterno admirador y el único que le ofrecía amor incondicional, pero también una vida sencilla, demasiado alejada de sus pretensiones. «Aunque vengas de Dios sabe dónde aquí está tu casa, aunque te hayan tocado mil manos para mí es igual» cantaba José José, ilustrando la devoción que un hombre puede llegar a sentir por una mujer. Del mismo modo amaba Ricardo a Otilia, más allá de sus aventuras, y no le pedía nada más que se quedase a su lado y se dejase querer para toda la vida. 

El personaje no era el prototipo de mujer autosuficiente, exigente, autónoma y emprendedora, afanada en su crecimiento y realización profesional, que hoy busca trascender el encasillamiento a que ha sido confinada desde siempre. Lucía más bien como una típica mujer mansa, dulce y subordinada, cuyo único papel era lucir bonita y dejarse engreír por los hombres. No obstante, sabía bien lo que quería y utilizaba con maestría una personalidad convencionalmente femenina, vulnerable y seductora, para manipular a sus parejas y obtener de ellas la satisfacción a todas sus pretensiones. A todos les fingió amor, pero no se comprometió emocionalmente con ninguno, abandonándolos cuando ya no podían responder a sus expectativas. 

Una mujer como Otilia, qué duda cabe, es producto de una crianza y una educación esmeradas en recordarles minuciosamente y de todas las maneras posibles, que su único destino viable en la vida es un hombre que se haga cargo de ellas. La única ambición permitida, como en el caso de Otilia, es la de hallar el hombre capaz de proveerles de todo cuanto anhelan y necesitan para vivir o, mejor aún, para disfrutar de la vida, sin hacer nada más que entregarse a él, aún sin amor. 

El personaje de esta novela es un caso paradigmático, pero ¿Cuántas versiones de Otilia circulan en nuestro medio? Porque no todas las mujeres tienen la misma suerte de encontrar a uno o varios hombres acaudalados en su camino dispuestos a ceder a sus encantos. Por lo general, se tienen que resignar a lo que hay, aún cuando la capacidad de proveer de sus ocasionales parejas sea muy limitada e incluso si terminan convirtiéndolas a ellas en el principal proveedor material de la familia, reservándose para el hombre el comodísimo (y bastante relativo) rol de proveedor simbólico de autoridad, protección y seguridad. 

En la novela, Otilia llegó a soportar maltrato y humillación hasta el límite de la crueldad de una de sus parejas, a cambio de una vida relativamente cómoda y segura. Su única puerta de escape era la que la conducía a otro hombre, en principio menos malo aunque también proveedor, pero ninguna hacia sí misma, es decir, hacia lo que podía hacer por su propia vida en base a sus propias capacidades.

«No tiene talento, pero es buenamoza» dice la letra de una conocida canción y pudo ser también el principio que animó en Otilia esa manera de insertarse en la vida. Pero en la vida real, aún mujeres con talento esmeradamente cultivado pueden llegar a actuar de la misma manera, como si, en efecto, su único destino posible fuese un hombre que se haga cargo de ellas, o que parezca que lo hace al menos ante los ojos ajenos, no importa a qué precio.

Cuánto tenemos que hacer desde la educación para testimoniarles, tanto a las niñas como a los niños de esta generación, una manera distinta de vivir su condición de hombre y mujer, así como de interactuar y convivir. 


Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 14 de enero 2011

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La muchacha era una desgraciada con mucha gracia, tan igual que Ricardito. En cuanto a lo educativo, lo emocional también merece una atención prioritaria, sobretodo en las cunas de periferia, me parece se debe reforzar en principio el autoestima de los niños y niñas.

A veces la imposibilidad de muchas cosas es una cláusula petrea, con la que se mal-educa a nuevas generaciones y no tan nuevas, en la mayoría de casos: los hijos de la "pobreza".

Jefferson Aliaga

Luis Guerrero Ortiz dijo...

Coincido en que esto tiene que empezar desde la cuna, pero creo que las mujeres deberían crecer queriéndose más y cuidando más de sí mismas, mientras que los hombres deberíamos aprender a considerar y cuidar más a los demás antes que a utilizarlos en provecho propio. En la novela de MVLL, Otilia y Ricardo parecen haber invertido los roles y eso es lo que hace más interesante la búsqueda de explicaciones. Es verdad, como dices, que la pobreza condiciona muchas cosas, pero creo los estereotipos del rol masculino y femenino atraviesan todas las clases sociales. Gracias Jefferson!