martes, 28 de diciembre de 2010

Pequeñas decepciones, grandes resentimientos

Ilustración © artivura/ www.flickr.com

Según Laura, él debió llamarla, pero no lo hizo. Es más, debió hacerlo sin que ella se lo pida, pero a él ni siquiera se le ocurrió. Mario confiaba en que su socio le mostrara a él antes que a nadie el resultado de un esfuerzo al que contribuyó mucho. Pero al final, para desazón de Mario, se lo mostró a otro. Luisa esperaba que su amiga le pregunte antes de elegir y, sin embargo, oh amarga sorpresa, ella tomó esa decisión por cuenta propia. Laura, Mario y Luisa no se conocen, pero tienen algo en común: la frustración por algo que esperaban con ciertas ansias y que finalmente no ocurrió. Las explicaciones a estos tres casos, tan frecuentes en la vida escolar, familiar y personal, pueden ser muy diversas y, sin embargo, por extrañas y masoquistas razones, tendemos siempre a elegir aquellas que nos hacen sufrir todavía más. 

La llamada que Laura nunca recibió jamás fue pactada. La persona que se supone debería haberla hecho, en ningún momento lo creyó necesario. Pero Laura tenía una idea distinta, aunque jamás la anticipó porque tampoco lo creyó necesario. Luego, una dolida Laura decidió no hablarle más. Lo que Mario consideraba lógico recibir de su amigo, su amigo tenía razones para sentir natural entregárselo a otro. Mario se sintió ofendido y a tal grado, que decidió congelar esa amistad. Algo similar a lo que ocurrió con Luisa, pues la decisión sobre la que esperaba influir fue una opción que quien la tomó, siempre esperó poder hacerlo de manera autónoma. La consecuencia en Luisa fue una inquina que hasta ahora le dura. 

Laura, Mario y Luisa están dolidos y ese sentimiento es legítimo. El problema no es su malestar, sino la escalofriante facilidad con que cruzan dos líneas de frontera: la que separa la comprensible frustración por un hecho específico, de la decepción por la persona misma; y la que separa el fastidio que brota del momento y que podría ser efímero, de sentimientos más destructivos y prolongados como la rabia y el resentimiento. Digamos que la insatisfacción del instante se convierte de pronto en la descalificación del otro y, casi de manera natural, en la justificación racional de un rencor y rechazo perdurables. 

Ahora bien ¿Qué es lo que nos lleva a cruzar estas dos líneas tan desaprensivamente? La clave está en las explicaciones que construimos a cada desencuentro, casi siempre basadas en suposiciones no comprobadas, no explicitadas, no discutidas ni aclaradas con las personas implicadas. Explicaciones que parten de adjudicar obligaciones a los demás que los demás no conocen, y que no se las hemos propuesto de manera abierta porque nos parecen tan obvias, que asumimos imposible que ellos no razonen como nosotros ni lleguen a las misma conclusiones. O, lo que es peor, asumimos innoble y desconsiderado que no lo hagan. 

Esto no quiere decir que detrás de una cadena de decepciones no pueda existir una idea, una actitud o un sentimiento deliberadamente contrario al que esperábamos del otro. Ocurre que ese tipo de explicación –la que presume una intención de engaño, perjuicio o desaire que, en efecto, existe- es sólo una posibilidad entre varias otras, no necesariamente la única ni la más evidente. Una conducta que nos defrauda puede tener explicaciones muy diversas, derivadas de percepciones erróneas o de interpretaciones y valoraciones diferentes de los mismos hechos. Algo que jamás descubriremos si en vez de aclararlo de manera franca, nos apresuramos a confundir un posible error, un malentendido o una perspectiva diferente a la nuestra, con antipatía, desinterés, enemistad o simples ganas de fastidiar. 

Convertir pequeñas decepciones en grandes resentimientos, atrapados en el prejuicio y en los ruidos de la comunicación, arruina la convivencia y nos hace sufrir innecesariamente. Si maestros y padres caemos en ese hoyo, nunca podremos enseñar a niños y jóvenes a eludir con sencillez y asertividad el camino hacia una infelicidad absurda e inútil. Feliz 2011. 


Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 31 de diciembre de 2010

3 comentarios:

luisalbertorolando dijo...

Excelente artículo, Luis nada más certero que lo que nos detallas. Si sólo una pequeña población de docentes, se perfilaran en este pensar... Que distinto sería nuestro país.
Feliz año nuevo y ánimo para seguir escribiendo artículos tan agudos.

ELIZABETH dijo...

Generalmente pensamos que otras personas piensan como nosotros o ven las cosas como nosotros lo vemos, y no preguntamos ni nos cercioramos de que realmente sea así.
Por eso es importante la comunicación con nuestros estudiantes, amigos, colegas y familiares para evitar las frustaciones.
¡Feliz Año 2011! Profesor y gracias por compartir sus experiencias y conocimientos.
Elita.

Anónimo dijo...

Mi estimado LUIS, felicitaciones, un buen artículo, creo que allí esta la explicación del por que existe muchos problemas de clima institucional en nuestras instituciones educativas, especialmente con los docentes, seguro que conces muchos casos de problemas en las instituciones educativas, organizaciones vivas con profesionales que tienen la responsabilidad de formar a nuestra niñez y juventud.

Javier Anhuaman
http://www.blogger.com/profile/14155030503323557991