jueves, 7 de octubre de 2010

Elecciones en Lima: lecciones aprendidas



Cuando uso una palabra, dijo Humpty-Dumpty en tono de desprecio, ésta significa exactamente lo que quiero que signifique, nada más ni nada menos. La cuestión es, dijo Alicia, si se puede hacer significar a las palabras tantas cosas distintas. La cuestión es, dijo Humpty-Dumpty, quién es el amo. Eso es todo. Este pasaje de «Alicia en el país de las maravillas», el célebre cuento de Lewis Carroll, ilustra claramente cómo un mensaje cualquiera puede adquirir de pronto los significados más arbitrarios e inconcebibles, si es que le son atribuidos desde el poder. Esto es exactamente lo que hemos podido observar con estupor en los últimos meses en la ciudad de Lima, a propósito de las recientes elecciones municipales. 

La preferencia de las máximas autoridades gubernamentales y de la mayor parte de los medios de prensa por una de las candidaturas en juego ha sido inocultable y se ha expresado reiteradamente de distintas formas. La que más ha llamado la atención, por cierto, ha sido la descalificación abierta, agresiva y persistente de su principal adversaria. No pretendo hacer ahora una lectura política de este hecho, algo de lo que se han ocupado con lucidez destacados analistas desde distintas perspectivas ideológicas, sino tratar de comprenderlo más bien desde el punto de vista de la comunicación. Si algo me motiva a hacerlo es el comprobar que todo esto no es más que un reflejo del tipo de comunicación, sensiblemente perversa, que experimentan muchos niños y adolescentes a lo largo de toda su escolaridad. 

Quienes han estudiado el fenómeno de los conflictos entre las personas, como Kenneth Thomas y Ralph Kilmann, o los conflictos en las escuelas, como Kathryn Girard y Susan Koch, dicen que éstos pueden ser genuinos o innecesarios. Son genuinos cuando hay diferencias objetivas de intereses o enfoques y resolverlos exige esfuerzos de cierta magnitud. Son innecesarios cuando provienen de problemas de comunicación y percepción, pues nacen de la confusión y podrían resolverse con buena voluntad y menos dificultad. Es el caso de dos o más personas que se tienen que relacionar a pesar de rechazarse mutuamente o una de ellas a la otra. Ocurre también cuando le concedemos un valor distinto a las mismas cosas o cuando se está manejando información errónea de un lado o del otro. 

En la campaña electoral de Lima, hemos podido observar un fenómeno que es bastante común en el ámbito de la comunicación cotidiana en la escuela, la casa o el centro de trabajo: conflictos aparentemente innecesarios, pues brotan de situaciones que podrían aclararse fácilmente, pero que son rápidamente presentados como si se tratara de conflictos irreconciliables de intereses. Una frase, una palabra, un silencio, un gesto cualquiera del rival es inmediatamente interpretado como prueba irrefutable de sus malas intenciones o de la peligrosidad de sus ideas. Más aún, a cualquier intento posterior de explicación se le atribuye un significado distinto y es utilizado arbitrariamente como una nueva evidencia de los censurables intereses o posturas que estaría representando el personaje. 

Naturalmente, esta situación se torna particularmente sombría cuando se genera deliberadamente desde el poder, es decir, desde quienes pueden hacer circular su perspectiva a través de la radio, los diarios y la televisión, una y otra vez hasta que la gente lo crea. Humpty-Dumpty, qué duda cabe, tenía razón: la cuestión no es saber qué significan realmente las cosas, sino quién manda aquí. Los escolares lo saben, saben que la razón no está del lado de quien la posee, sino de quien tiene el poder para convertir su discurso en reflejo indiscutible de la verdad. 


Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 8 de octubre de 2010

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