Jesús enseña en el sexto grado de una escuela pública. Al cabo de seis años, el 2011 le tocará regresar al aula de primer grado. A Jesús no le agrada volver a enseñar a niños tan pequeños, se impacienta con facilidad y él lo reconoce. Pero es su turno, y en esa escuela los turnos se respetan. Jesús es un apasionado de las ciencias y la matemática, enseñar a leer y escribir, en cambio, no es su fuerte y no lo disimula. Las características de este profesor son bastante conocidas por sus colegas y no han sido ignoradas por los directores que ha tenido esa escuela en los últimos seis años. Pero es su turno, y en esa escuela los turnos se respetan.
Acompañar a «la promoción» desde que inician hasta que terminan la primaria, es una antigua costumbre que las reformas curriculares iniciadas en los años 90 buscaron cambiar. La idea era especializar docentes en la enseñanza de primero y segundo, de tercero y cuarto, así como de quinto y sexto grados. Se asumía que dos años era el tiempo mínimamente necesario para que los niños adquieran y maduren las habilidades demandadas por el currículo; y que los profesores deberían desarrollar capacidades específicas para asegurar esos aprendizajes dentro de cada ciclo temporal.
Interesaba sobre todo que los docentes asignados a primer y segundo grado fuesen los mejores. En sus manos estaba el éxito o el fracaso de la alfabetización lectora, matemática y emocional de los niños. En esto enfatizó el Proyecto Educativo Nacional y toda la experiencia internacional convino en la necesidad de que los primeros grados sean encargados a los docentes más competentes. Había, de todos modos, que capacitarlos y certificarlos en su aptitud para cumplir ese delicado rol.
Patricia Ames, destacada antropóloga peruana, visitó 12 escuelas ubicadas en distintas zonas y regiones del país, dando cumplimiento a un ambicioso proyecto de investigación denominado «Niños del milenio». En ninguna de ellas encontró una enseñanza organizada en ciclos, ni cuidado alguno en la selección y preparación de los maestros a cargo del primer y segundo grado. Por el contrario, el primer grado solía ser el «castigo» asignado al docente recién llegado. Digamos que en todas estas escuelas la enseñanza discurría igualito que en la escuela de Jesús.
No es este el único caso en que una norma importante como el currículo establece lo que otros actores deben hacer, sin que los implicados lo sepan, lo entiendan o se sientan en condiciones de asumirlo. La película es bien conocida. Escena 1: la norma dispone una manera de proceder que contradice viejos hábitos en las escuelas. Escena 2: como la costumbre pesa más que la ley -algo bastante sabido en el mundo del derecho- los profesores siguen haciendo lo de siempre. Escena 3: la autoridad o mira para otra parte y simula que todo está en orden o acusa al profesor de desacato y se lava las manos. Ahora bien, la película sobre el currículo ya es antigua y, a juzgar por los hallazgos de Ames, le quedan pocos espectadores.
Como esta idea no pegó, hay quienes piden consagrar su fenecimiento, regresando al sistema de grados y resignándose a la enseñanza de la lectura. Así, se asume que lo que fracasó ha sido la apuesta por una escuela capaz de enseñar a los niños a pensar y resolver problemas, un aprendizaje que requiere tiempo y perseverancia, y no el de una manera de entender la política curricular. Para que la norma salga del papel, hay que construir las condiciones y remover los obstáculos que haga falta, en vez de crear más normas y sentarse a esperar que otros las cumplan. Mientras esto no ocurra, el currículo seguirá en la nevera y profesores como Jesús seguirán rotando sus turnos en automático hasta el fin de sus días.
Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 24 de septiembre de 2010
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