Fotografía © Serch/www.flickr.com
Conocí una vez, en mis años universitarios, a un muchacho al que le decían Goma de mascar, quizás porque nadie lo podía pasar. Goma solía hablar siempre de sí mismo, de los problemas que tenía con sus profesores de la facultad, sus clases de frontón, sus anécdotas de barrio, sus expectativas profesionales o sus hobbies más estrafalarios. En sentido estricto, eso no tenía nada de malo, excepto por una cosa. Sólo hablaba de eso. Las sucesivas enamoradas que tenía lo terminaban dejando por su tremenda incapacidad para salir de sí mismo, para poner genuino interés en los asuntos de ellas e involucrarse un poco más con sus vidas. Lo peor de todo es que a él le parecía natural no prestar oídos ni tomar en serio a los que sentía ridículos, aberrantes o aburridos relatos y comentarios de sus ocasionales parejas.
A Emmanuel Lévinas, importante filósofo francés del siglo XX, le debemos el concepto de alteridad, que alude al hecho de cambiar la propia perspectiva por la perspectiva del otro. Giro que supone el esfuerzo de comprender la manera de pensar, los intereses y las necesidades de otra persona, dejando de lado la presuntuosa creencia de que nuestra posición es la única o la mejor posible para observar y entender la vida. La falta de alteridad produce personajes como Goma, encerrados en su propio mundo, que tienden a menospreciar, malinterpretar o descalificar no sólo cualquier punto de vista diferente al suyo, sino a restar toda importancia a los temas, ideas o situaciones ajenos a su propio interés, necesidad o conveniencia, e incluso a combatirlos con vehemencia digna de mejor causa.
Maureen Samms, profesora de la Universidad de West Indies, compartió el pasado martes con un pequeño grupo de especialistas latinoamericanos en desarrollo y educación infantil, convocados por el BID en la ciudad de Quito, los avatares de la política nacional de primera infancia en Jamaica para hacer posible la anhelada intersectorialidad. Es decir, para lograr que los distintos sectores del Estado jamaiquino, habituados a actuar aisladamente y en función a su propia agenda, tal como ocurre en el Perú, se sienten a pensar y planear juntos un conjunto de acciones a favor de sus niños menores de 5 años, aceptando además que para ejecutarlas tendrían que colaborar y complementarse mutuamente.
En el papel, las cosas eran claras. Se trataba de pasar del caos de la dispersión, el paralelismo y la duplicidad de esfuerzos estatales, a la coherencia de todas las iniciativas. Pero ese tránsito suponía, sin duda alguna, una cuota enorme de alteridad en todo el sector público. En los hechos, ni los cambios en la ley bastaron para lograr, por ejemplo, que los funcionarios del sector salud se animaran de buena gana a ver las realidades de los niños desde la perspectiva de la educación, el género o el derecho; y también viceversa. Helia Molina, de la Universidad Católica de Chile, decía así mismo que, en el caso de su país, la presencia de otros profesionales en los espacios donde siempre primó el criterio del médico, creó muchas tensiones, en la medida que sentían amenazada su autoridad.
Jamaica creó un programa de entrenamiento para sus servidores públicos, nada menos que en el arte de pensar desde perspectivas disciplinarias ajenas y desde la lógica e intención de programas públicos diferentes a los suyos. Fascinante que un Estado se haya convencido no sólo de que la acción intersectorial aportará mayor eficiencia e impacto a sus políticas de infancia; sino, además, que no bastan las leyes ni las presiones para lograr que sus servidores públicos coordinen y cooperen entre sí, mientras sigan razonando como Goma de Mascar. ¿Aprenderemos?
Conocí una vez, en mis años universitarios, a un muchacho al que le decían Goma de mascar, quizás porque nadie lo podía pasar. Goma solía hablar siempre de sí mismo, de los problemas que tenía con sus profesores de la facultad, sus clases de frontón, sus anécdotas de barrio, sus expectativas profesionales o sus hobbies más estrafalarios. En sentido estricto, eso no tenía nada de malo, excepto por una cosa. Sólo hablaba de eso. Las sucesivas enamoradas que tenía lo terminaban dejando por su tremenda incapacidad para salir de sí mismo, para poner genuino interés en los asuntos de ellas e involucrarse un poco más con sus vidas. Lo peor de todo es que a él le parecía natural no prestar oídos ni tomar en serio a los que sentía ridículos, aberrantes o aburridos relatos y comentarios de sus ocasionales parejas.
A Emmanuel Lévinas, importante filósofo francés del siglo XX, le debemos el concepto de alteridad, que alude al hecho de cambiar la propia perspectiva por la perspectiva del otro. Giro que supone el esfuerzo de comprender la manera de pensar, los intereses y las necesidades de otra persona, dejando de lado la presuntuosa creencia de que nuestra posición es la única o la mejor posible para observar y entender la vida. La falta de alteridad produce personajes como Goma, encerrados en su propio mundo, que tienden a menospreciar, malinterpretar o descalificar no sólo cualquier punto de vista diferente al suyo, sino a restar toda importancia a los temas, ideas o situaciones ajenos a su propio interés, necesidad o conveniencia, e incluso a combatirlos con vehemencia digna de mejor causa.
Maureen Samms, profesora de la Universidad de West Indies, compartió el pasado martes con un pequeño grupo de especialistas latinoamericanos en desarrollo y educación infantil, convocados por el BID en la ciudad de Quito, los avatares de la política nacional de primera infancia en Jamaica para hacer posible la anhelada intersectorialidad. Es decir, para lograr que los distintos sectores del Estado jamaiquino, habituados a actuar aisladamente y en función a su propia agenda, tal como ocurre en el Perú, se sienten a pensar y planear juntos un conjunto de acciones a favor de sus niños menores de 5 años, aceptando además que para ejecutarlas tendrían que colaborar y complementarse mutuamente.
En el papel, las cosas eran claras. Se trataba de pasar del caos de la dispersión, el paralelismo y la duplicidad de esfuerzos estatales, a la coherencia de todas las iniciativas. Pero ese tránsito suponía, sin duda alguna, una cuota enorme de alteridad en todo el sector público. En los hechos, ni los cambios en la ley bastaron para lograr, por ejemplo, que los funcionarios del sector salud se animaran de buena gana a ver las realidades de los niños desde la perspectiva de la educación, el género o el derecho; y también viceversa. Helia Molina, de la Universidad Católica de Chile, decía así mismo que, en el caso de su país, la presencia de otros profesionales en los espacios donde siempre primó el criterio del médico, creó muchas tensiones, en la medida que sentían amenazada su autoridad.
Jamaica creó un programa de entrenamiento para sus servidores públicos, nada menos que en el arte de pensar desde perspectivas disciplinarias ajenas y desde la lógica e intención de programas públicos diferentes a los suyos. Fascinante que un Estado se haya convencido no sólo de que la acción intersectorial aportará mayor eficiencia e impacto a sus políticas de infancia; sino, además, que no bastan las leyes ni las presiones para lograr que sus servidores públicos coordinen y cooperen entre sí, mientras sigan razonando como Goma de Mascar. ¿Aprenderemos?
Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 23 de junio de 2010
1 comentario:
En el país tenemos la costumbre de hacer intersectorialidad solo en los papeles asi como muchas politicas escritas mas no ejecutadas. Esperemos que aprendamos y ejecutemos desde la practica lo que Luis comparte.
Miluska
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