martes, 1 de junio de 2010

Con ojos de asombro

Fotografía © BryantBA/www.flickr.com

Nicolás Arancibia publicó a fines del 2009 un libro insólito: «NO RAYES. Graffiti de baños en Santiago», una galería anónima, genial y desinhibida del graffiti de baños de bares en Santiago de Chile, en palabras de su autor, un recorrido fotográfico por la filosofía, semántica y pasiones escondidas en los baños capitalinos, en palabras de su editor. Me pregunto si no sería útil hacer aquí una antología semejante, pero más bien sobre los mensajes que los docentes escriben a los padres de familia acerca de sus hijos durante toda su vida escolar. Me interesaría, en particular, comparar el peso de las críticas y quejas respecto de los elogios y felicitaciones. En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio, decía Albert Camus. Mi sospecha, sin embargo, es que los maestros no leemos mucho a Camus.

Digámoslo de este modo: las maneras de actuar más espontáneas de niños y adolescentes en el aula no suelen despertar admiración sino incomodad en sus maestros, pues por lo general no coinciden con sus expectativas de buen comportamiento. Esto es historia conocida y hasta Sócrates, 400 años antes de Cristo, cuestionaba a la juventud de su tiempo por maliciosa, malcriada, altanera, irrespetuosa con la autoridad y con sus mayores. Ahora bien ¿Qué pasaría si nos hiciéramos la pregunta inversa? Es decir, si inquiriéramos a los estudiantes si el comportamiento de sus maestros coincide con sus expectativas de buen docente.

Como esa historia la conocemos menos, ensayamos una manera indirecta de averiguar cómo se ven las cosas desde la otra orilla. Hace poco, en la norteña región de La Libertad, se preguntó a 100 maestros y directores de escuelas públicas y diferentes niveles educativos por las cualidades que más les admiran sus alumnos. Aceptemos por un instante que varias de sus respuestas podrían ser, más bien, una proyección de sus deseos antes que la constatación real del sentimiento de sus estudiantes. Aún así, ha sido interesante comprobar que la mayoría de ellas alude claramente a tres tipos de cualidades: enseñar de manera activa y efectiva; comprometerse personalmente con cada uno; y tratar con respeto y cariño.

En efecto, sus alumnos admirarían sobre todo su manera de enseñar, desde su claridad explicativa, su apertura a las preguntas, la realización de proyectos o de actividades fuera del aula, hasta su disposición favorable a la participación y su perseverancia en hacer que aprendan. En segundo lugar, su capacidad para inspirar confianza y apoyarlos en la solución de sus problemas personales, escuchándolos, conversando con ellos y aconsejándolos. En tercer lugar, su amabilidad, el trato afectuoso, familiar, amistoso, espontáneo y expresivo que les ofrecen.

Curiosamente, la cualidad de reconocer, valorar, felicitar, lo que el estudiante sabe, sea por su interés y sus esfuerzos, por su experiencia personal o por herencia cultural, aparece entre las respuestas pero con escasísimas menciones. Es decir, la disposición del maestro para reconocer y sentir admiración por las cualidades de sus alumnos pareciera admirarse poco por los alumnos mismos. ¿Será así?

Según el diccionario, admirar es sentir aprecio y agrado por cualidades que se juzgan extraordinarias. Quizás allí esté la clave. Además del prejuicio, que vuelve invisibles todos los méritos, llamar a los logros del estudiante «aprendizajes esperados», nos predispone a mirar apenas como normal, no como extraordinario, cada cualidad demostrada, cada saber conquistado con ilusión. Sólo se admira lo maravilloso. Si usted se sabe admirado por sus alumnos, anímese a experimentar la misma emoción, encuentre sus tesoros y déjese asombrar por ellos. 

Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 04 de junio de 2010

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