Fotografía © lorenai/www.flickr.com. En la imagen, Elizabeth y Mr. Darcy.
«Orgullo y Prejuicio» es una novela de Jane Austen, escritora británica, publicada en 1813. El libro narra la historia de los Bennet, una familia londinense de fines del siglo XVIII e inicios del XIX, a punto de quedar en la ruina por un problema de herencia. La madre decide entonces que su salvación puede ser casar a una de sus cinco hijas solteras con algún millonario. Es ahí cuando el Sr. Darcy asoma como el candidato ideal y parece interesado en Elizabeth. Pero el orgullo que él siente aparentemente por su gran fortuna y los prejuicios de la familia Bennet, temerosa de ser considerada socialmente inferior, levantan barreras y generan numerosos malentendidos. Sólo al final de la historia, Elizabeth comprueba que las opiniones sobre la gente guiadas por el orgullo y el prejuicio, no suelen ser las más certeras.
Medio centenar de docentes de dos distritos populares de Lima declararon hace poco que si de algo se sienten orgullosos como maestros es, por ejemplo, de que sus alumnos les tienen confianza y se identifican con ellos, de haber logrado que se desenvuelvan con espontaneidad y autonomía en el aula, de saber motivarlos permanentemente en sus esfuerzos por aprender, de la dedicación que les ofrecen, de estar siempre disponibles para todas sus preguntas, de compartir sus experiencias en la clase o de saber enseñar a partir de la realidad.
Contrariamente, estos mismos maestros admitieron sentirse poco orgullosos de no saber llegar a todos sus alumnos ni lograr que todos aprendan, de no saber cómo ayudar a los que se van quedando atrás, de evaluarlos muy pocas veces y sin diferenciar a unos de otros, de su débil dominio de la matemática, de perder la paciencia a ratos, de la incoherencia entre lo que exigen a los estudiantes y lo que ellos hacen, o de trabajar más para complacer a la supervisión que para lograr que los estudiantes aprendan realmente, entre otras cosas poco meritorias.
Ahora bien, si analizamos aquello que motiva su orgullo, encontraremos que la confianza, la motivación, la disponibilidad y la apertura, emergen como cualidades de la práctica que hablan del interés por construir un vínculo con los alumnos, por cultivar una relación. La dedicación, en cambio, podría asociarse más a la responsabilidad; y la facultad de articular experiencia, realidad y aprendizajes nos remitiría más bien al campo de la pedagogía.
Por el lado del no orgullo, destacan justamente deficiencias pedagógicas bastante serias, como la incapacidad para lograr que todos aprendan e incluso para verificar a ciencia cierta sus progresos o dificultades; pero también el poco manejo de ciertos contenidos de la enseñanza. Adicionalmente, se lamenta también la escasa capacidad para construir o conservar el vínculo, lastimado por la impaciencia o la pérdida de credibilidad; tanto como el débil compromiso y responsabilidad con el alumno, a quien puede sacrificarse si se trata de proteger el propio interés.
Si Jane Austen estuviera viva, se asombraría de ver cómo el examen del orgullo docente ilumina mejor lo que los ojos del prejuicio oscurece: que la percepción de los maestros sobre su propio desempeño no es tan ciega como parece y que, de un modo u otro, advierten que conocer lo que se enseña y saber enseñar son cualidades tan importantes como crear lazos con sus estudiantes, comprometerse con ellos y hacerse responsable de sus aprendizajes.
Un docente así quizás sea el que haga la diferencia con el que ignora por qué nunca logra que el saber más despierte en sus estudiantes, como diría Fernando Bolaños, intriga y pasión.
Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 07 de Mayo de 2010
Medio centenar de docentes de dos distritos populares de Lima declararon hace poco que si de algo se sienten orgullosos como maestros es, por ejemplo, de que sus alumnos les tienen confianza y se identifican con ellos, de haber logrado que se desenvuelvan con espontaneidad y autonomía en el aula, de saber motivarlos permanentemente en sus esfuerzos por aprender, de la dedicación que les ofrecen, de estar siempre disponibles para todas sus preguntas, de compartir sus experiencias en la clase o de saber enseñar a partir de la realidad.
Contrariamente, estos mismos maestros admitieron sentirse poco orgullosos de no saber llegar a todos sus alumnos ni lograr que todos aprendan, de no saber cómo ayudar a los que se van quedando atrás, de evaluarlos muy pocas veces y sin diferenciar a unos de otros, de su débil dominio de la matemática, de perder la paciencia a ratos, de la incoherencia entre lo que exigen a los estudiantes y lo que ellos hacen, o de trabajar más para complacer a la supervisión que para lograr que los estudiantes aprendan realmente, entre otras cosas poco meritorias.
Ahora bien, si analizamos aquello que motiva su orgullo, encontraremos que la confianza, la motivación, la disponibilidad y la apertura, emergen como cualidades de la práctica que hablan del interés por construir un vínculo con los alumnos, por cultivar una relación. La dedicación, en cambio, podría asociarse más a la responsabilidad; y la facultad de articular experiencia, realidad y aprendizajes nos remitiría más bien al campo de la pedagogía.
Por el lado del no orgullo, destacan justamente deficiencias pedagógicas bastante serias, como la incapacidad para lograr que todos aprendan e incluso para verificar a ciencia cierta sus progresos o dificultades; pero también el poco manejo de ciertos contenidos de la enseñanza. Adicionalmente, se lamenta también la escasa capacidad para construir o conservar el vínculo, lastimado por la impaciencia o la pérdida de credibilidad; tanto como el débil compromiso y responsabilidad con el alumno, a quien puede sacrificarse si se trata de proteger el propio interés.
Si Jane Austen estuviera viva, se asombraría de ver cómo el examen del orgullo docente ilumina mejor lo que los ojos del prejuicio oscurece: que la percepción de los maestros sobre su propio desempeño no es tan ciega como parece y que, de un modo u otro, advierten que conocer lo que se enseña y saber enseñar son cualidades tan importantes como crear lazos con sus estudiantes, comprometerse con ellos y hacerse responsable de sus aprendizajes.
Un docente así quizás sea el que haga la diferencia con el que ignora por qué nunca logra que el saber más despierte en sus estudiantes, como diría Fernando Bolaños, intriga y pasión.
Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 07 de Mayo de 2010
1 comentario:
Qué tal Humillados y Ofendidos?
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