miércoles, 21 de abril de 2010

Cuatro cirios en el aula


Fotografía © raulmacias/ www.flickr.com

«Sólo están los cuatro cirios también de luto vestidos, igual que mi corazón» cantaba Javier Solís con amargura, a causa de una mujer cuya indiferencia terminó matando el inmenso amor que sentía por ella. Cuatro luces encendidas en la noche más negra de la vida pueden, sin embargo, hacer la diferencia con la oscuridad más absoluta. «Como sombra vagarás» canta un doliente Solís a su perdida ilusión, quizás porque sabe que a fin de cuentas, los cuatro cirios se quedaron con él.

Para los docentes preocupados por los resultados de su labor pedagógica, el éxito relativo o esquivo de sus estudiantes en sus aprendizajes, puede también estar cubierto por un manto negro de incertidumbre. Es ahí donde muchos de ellos, necesitados de explicaciones, caen en la tentación de buscarlas fuera del aula y convierten a las familias y a sus alumnos en objetos de sospecha, escrutando su salud física, mental o emocional. Pero aquellos que miran dentro de sí mismos, tratando de encontrar respuestas en su propia manera de hacer las cosas en el salón de clases, son quienes sienten mayor necesidad de encender los cuatro cirios.

El primer cirio es el que nos permite ver con claridad las diferencias en el aula. Diferencias objetivas de aptitud y habilidad, suficientes ambas para explicar varias disparidades en los aprendizajes. Diferencias en las experiencias de vida y, como es lógico, de personalidad, lo que permite entender por qué no todos tienen la misma actitud ante las mismas demandas. Diferencias de ingresos, de edad, incluso de lengua y cultura, lo que implica según los casos mayor o menor dificultad para responder a las mismas exigencias de la clase. Es obvio que si tenemos apagado este cirio vamos a seguir ignorándolas, sin imaginar las consecuencias.

El segundo cirio es el que nos permite ver, sin asomo de duda, que no se aprende lo mismo de igual modo ni con los mismos medios. Si aceptamos que los estudiantes son diferentes, tendremos que rendirnos ante la evidencia, aportada extensamente por la investigación, de que la mente humana no responde con la misma intensidad y fluidez ante los mismos estímulos. Por lo tanto, esperar que 40 alumnos aprendan un currículo de manera óptima a través de clases estandarizadas, es una ilusión.

El tercer cirio es aquel cuya luz permite ver que las personas llegan a ser intelectualmente muy productivas, cuando lo que hacen les provoca interés y agrado. Esto es algo que nuestra experiencia personal podría corroborar sin dificultad, pero por si hiciera falta, también ha sido comprobado por la investigación: cuando nos ocupamos de algo que nos cautiva, nuestra concentración llega al tope y en nuestra mente las ideas fluyen con inusual facilidad y rapidez. Esto nos permitiría entender por qué clases rutinarias y tediosas o aceleradas y angustiantes, no activan sino bloquean la mente de los estudiantes.

El cuarto cirio es el que ilumina las emociones de los niños o adolescentes y nos permite ver que si no construimos confianza, no hay posibilidad alguna de obtener colaboración ni compromiso en el salón de clases. Cuando una persona no se siente segura ni a gusto donde está, podrá hacer lo que le demandan bajo coacción o por temor, pero sin convicción y con desprecio. ¿Ayudan estas emociones a que se abra la mente al conocimiento? ¿Saberlo nos da una pista de lo que puede estar pasando en las escuelas peruanas?

Javier Solís no pudo obtener lo que quería, pero al menos le quedaron cuatro cirios. Si los hubiera encendido, quizás hubiera descubierto que el amor que perdió, pudo ser a causa de sus propios errores.


Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 23 de abril de 2010

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