Nicolás Copérnico. Fotografía (c) cmaki/www.flickr.com
En 1534 vio la luz un texto sorprendente llamado «Sobre las revoluciones de las esferas celestes». El libro dio un giro radical a la concepción del universo, pues movía a la tierra del centro del sistema planetario para colocar al sol, rompiendo 2000 años de tradición aristotélica, avalada por la Iglesia. Tamaña osadía, fruto de largos estudios, observaciones y cavilaciones, fue una auténtica revolución científica, filosófica y cultural. Pese a que Nicolás Copérnico era un hombre religioso y no tenía intención de pelearse con la Iglesia, el encontronazo parecía inevitable. Pero el maestro no contaba con la astucia de Osiander, uno de sus colaboradores, que a escondidas y con el ánimo de salvarle el pellejo, encabezó el libro con un prólogo apócrifo donde decía que el texto era sólo un ejercicio de especulación matemática y que nada de lo que se leería en sus páginas era verdad.
Ustedes dirán que Copérnico vivió en el siglo XVI, en una sociedad caracterizada por el dogmatismo y la intolerancia. Hoy, en cambio, expresar una idea diferente o aún contraria a las ideas que representan un consenso en un determinado grupo, institución o sector social, es considerado un derecho y un valor democrático. Pero, en los hechos, el drama de Copérnico y sus seguidores, de vivir la discrepancia como un riesgo y una amenaza, tiene más vigencia de lo que parece.
Veámoslo de este modo: usted puede enojarse con el amigo que propone una iniciativa opuesta a la suya y burlarse en vez de discutir sus argumentos. Pero su decisión tendría un peso distinto si usted fuera su jefe. Un estudiante puede irritarse con el compañero que le discute sus opiniones y amenazarlo en vez de fundamentar mejor su punto de vista. Pero sería diferente si la amenaza viniera del profesor. Un ciudadano podría fastidiarse con la opinión de un periodista y enviarle una carta insultándolo por pensar así. Pero no sería lo mismo si ese ciudadano fuera juez, congresista o general. La diferencia, obviamente, es el poder.
Un padre de familia que no soporta que los hijos le contradigan, un profesor que considera una insolencia el desacuerdo de los alumnos con sus decisiones, un jefe que se mortifica cuando un miembro del personal le cuestiona una regla, una autoridad pública que juzga las críticas a su gestión como un acto de deslealtad y sabotaje, el presidente que llama perros a quienes piensan al revés de él, constituyen a diferentes escalas una galería de personajes con poder, capaces de cruzar la reja que separa las emociones del comportamiento, para ejercerlo sin titubear en contra de quienes no suscriben su forma de ver las cosas.
Copérnico murió en 1543, pero sus planteamientos fueron condenados por la Iglesia recién en 1616. Una explicación plausible es que su libro tuvo poca difusión y era de lectura difícil. Digamos que también en esa época lo que irritaba a la autoridad no era tanto que la contradijeran, sino que lo hicieran en público y que ideas tan «peligrosas» pudieran contagiar a otros. Eso lo comprobarían después sus adherentes, como Giordano Bruno, condenado a la hoguera por la inquisición. Hoy en día, en cambio, el poder no necesita asesinar a quien se atreva a ir contra la corriente, pues lo puede espiar, chantajear, expulsar, enjuiciar, calumniar, marginar, con pasmoso cinismo. Y todo dentro de la ley.
Al Gore nos mostró que la verdad puede ser incómoda. Pero creo que el solo hecho de aceptar que la verdad no es propiedad de nadie, no importa el cargo que tenga, a 5 siglos de Copérnico, es lo que sigue incomodando a más de uno.
Luis Guerrero Ortiz
Publicado en el Blog El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Lima, viernes 18 de febrero de 2010
1 comentario:
Para quienes esten interesados en buscar mas sobre el mecanismo de engranaje que resulta de los efectos de la autoridad y la obediencia con el ahogamiento de los espacios de ejercicio de libertad -caldo de cultivo de regímenes políticos totalitarios- por favor conseguir la pelicula "La Cinta Blanca" de Michael Haneke, competidora del Oscar que retrata de manera fulminante el surgimiento de una atmosfera de del poder a partir del control social-ideologico en la cotidianeidad familiar.
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